Vivimos en la era del éxito, la competitividad, el esfuerzo y los objetivos; de la motivación, el positivismo y la felicidad obligada. Por todas partes nos llega el mensaje de que si nos lo proponemos, podemos conseguir cualquer cosa: «si quieres, puedes». Pero tenemos malas noticias: querer no siempre es poder.
Querer es el primer paso para conseguir algo, pero no siempre es suficiente. Es importante aprender a diferenciar qué podemos conseguir a partir de nuestras acciones y qué cosas, por mucho que queramos, no podremos alcanzar desde la motivación, el deseo o el esfuerzo.
CUANDO QUIERO Y NO PUEDO
La cultura del «querer es poder», hija en algunos aspectos de algunas corrientes pseudoterapéuticas, «gurús de la felicidad» o de un Coaching superficial o mal entendido, nos puede llevar a realizar esfuerzos excesivos o intentar cambiar cosas que se encuentran fuera de nuestro alcance. Así como el concepto puede ser de utilidad en personas poco constantes, con dificultades para pasar a la acción o con baja motivación, supone un verdadero problema para las que son exigentes, perfeccionistas, orgullosas o tienen la creencia de que todo se consigue a través del esfuerzo.
Por otro lado, hay enfoques que afirman que desear algo, proyectarlo o «pedirlo al universo» es suficiente para que se presente por sí solo. No hace falta ahondar mucho para darnos cuenta de que hace falta algo más que el «querer» para alcanzar nuestros objetivos.
A continuación exponemos algunas de las principales circunstancias en las que el «querer es poder» no funciona:
1. Cambiar a los demás
Por mucho que nos esforcemos, no podemos (ni deberíamos intentarlo) cambiar a nadie más que a nosotros mismos. Y aunque sabemos muy bien la teoría, en la práctica la olvidamos demasiado a menudo e intentamos cambiar a parejas, amigos y familiares, a veces en nuestro propio beneficio, a veces creyendo que es por el suyo.
Lo único que podemos cambiar de los demás es nuestra manera de verles