Aprender a gestionar algo no siempre significa que dejará de afectarte
Muchas personas llegan a terapia pensando que van a poder transformar de forma radical algunos rasgos de sí mismas. Otras, que aprender a gestionar sus emociones va a tener un efecto anestésico, es decir, que va a eliminar su malestar, rabia o incomodidad ante algunas situaciones. Éste es un error común que puede acarrear confusión y falsas expectativas a la hora de realizar un trabajo interno.
Tenemos que aclarar que, aunque siempre depende de cada persona, caso y circunstancias concretas, un trabajo terapéutico adecuado sí consigue neutralizar pensamientos, conductas o emociones problemáticas en casos de fobias, ansiedad, patrones de pensamiento determinados, comportamientos adictivos, miedos, cambios vitales, etc…
En este artículo no nos referimos a las problemáticas mencionadas antes sino a las tendencias de carácter predominantes, a los rasgos de personalidad profundos que hay en cada una de nosotras. Algunos de ellos, por ejemplo, son: introversión, sumisión, inseguridad, rigidez, perfeccionismo, flexibilidad, optimismo, seguridad, tendencia al análisis mental, emocionalidad intensa, impulsividad, dependencia, pesimismo, extraversión, tendencia a la dominación, etc… Es decir, características y tendencias personales que nos acompañan «desde siempre» y que constituyen nuestra forma de ser y de relacionarnos con el mundo.
LA NEURA TIRA AL MONTE
Todos funcionamos a partir de roles, máscaras, emociones y mecanismos inconscientes poco sanos que se activan automáticamente ante estímulos externos. La mayor parte de ellos son tan antiguos que se construyeron en nuestra infancia, y llevamos tanto tiempo usándolos que muchas veces no somos capaces de verlos. Otros más recientes aparecen como costumbres y defensas que se desarrollan a partir de lo que vamos viviendo.
Somos tan ajenos a los automatismos con los que funcionamos, que nos acabamos confundiendo con ellos, llamándolos «forma de ser» o «personalidad».
Darnos cuenta de estos mecanismos neuróticos y aprender formas más saludables de actuar, es un trabajo que requiere constancia y tiempo. Una tendencia arraigada que nos ha acompañado durante toda una vida (o al menos durante bastante tiempo), tiene la fuerza suficiente como para arrastrarnos en las situaciones en las que se activa, es decir, que «la neura tirará al monte» siempre que pueda.
El trabajo terapéutico hará que se creen nuevas opciones de respuesta, y por lo tanto, que esos mecanismos tan arraigados se suavicen y den paso a otras elecciones más saludables.
CAMBIOS RADICALES
¿Cómo hago para que deje de importarme lo que opinan los demás de mí?. ¿Cómo consigo que no me incomoden los conflictos?. ¿Cómo elimino mi timidez?… Los terapeutas constantemente escuchamos este tipo de peticiones en nuestras consultas. Y lo principal no consiste en eliminar el rasgo que nos produce malestar, sino en aceptarlo primero y después, trabajarlo para poderlo gestionar de una manera más sana y equilibrada.
Podemos transformar aspectos de nuestra forma de pensar, actuar o sentir y aprender a gestionarlos mejor, pero existen límites: hay algunas cosas que podremos trabajarnos, pero por mucho que queramos no podremos hacer un cambio de 180 grados. Un ejemplo:
A Mónica le cuesta mucho verse expuesta a la atención de los demás. Se pone nerviosa cuando tiene que hacer presentaciones en el trabajo, conocer personas nuevas o acudir a eventos en los que hay mucha gente. Cuando aprenda a gestionar estas dificultades ¿se convertirá en el alma de las fiestas?, ¿le pedirá a su jefa hacer presentaciones cada día…?
Al trabajarse revisando las áreas relacionadas con el problema, Mónica averiguará la manera en la que funciona su dificultad y obtendrá recursos para gestionarla. Conseguirá disminuir su nerviosismo y enfrentarse a esas situaciones de forma mucho más tranquila y eficiente, pero difícilmente este aspecto de Mónica se convierta en lo opuesto a lo que ha sido durante toda su vida.
LO QUE SÍ ES GESTIONAR
1. CONOCERME
Antes que nada, necesitamos indagar en nosotros mismos y nuestra dificultad para conocer los mecanismos que se asocian a ella: cuándo aparece, qué pensamientos, emociones, sensaciones y acciones genera, qué utilidad tiene, cuál es su origen, con qué otros aspectos o creencias se relaciona… Si no la conocemos en profundidad, resultará imposible aprender a gestionarla.
2. ACEPTAR
Solo podemos actuar sobre algo si nos hacemos cargo de ello, si antes lo aceptamos. Es importante no confundir aceptación con resignación: aceptar es una postura activa y madura que implica responsabilidad mientras que la resignación es una actitud pasiva y perjudicial.
El camino hacia el equilibrio pasa inevitablemente por la aceptación de nuestro ser al completo. Hacernos cargo de nuestras tendencias menos sanas hará que podamos empezar a ocuparnos de ellas.