Actualmente hay una palabra que está muy de moda, procrastinación, vamos, la pereza de toda la vida, el clásico “me da palo” de los adolescentes.
Hay personas que se estresan pensando todo lo que tienen que hacer, pero no hacen nada, pasan los días, se acerca el último día de plazo y ¡zas! Un momento de inspiración y de repente acaban el trabajo, proyecto, llámese como quiera, de golpe, sin dudas.
El subidón es brutal, la inspiración que llevas días esperando aparece de golpe, te pones a currar y sale todo.
¿Te suena esta sensación?
Luego, en frío, piensas “¿porque no lo habré empezado antes? si total no era para tanto.”
Pues sí, no era para tanto, pero no puedes remediarlo y la próxima vez resulta que vuelves a utilizar el mismo sistema de procrastinación.
Porque en realidad es un sistema, el tuyo, el que utilizas habitualmente para funcionar, lo que algunos llaman ego.
Tal vez cuando un amigo te pide ayuda no dudas tanto, te llama para pedirte una cosa y vas corriendo y se lo haces, “oye Pepe, ¿no podrías hacerme un diseño para unas tarjetas de visita que las necesito para mañana?”, claro hombre, esta noche mismo las tienes. Y ahí no hay pereza, ¿verdad?
En cambio, cuando es para ti, no encuentras el momento de abrir el ordenador, siempre hay algo que hacer primero, aunque sea pasar el aspirador porque acabas de ver una bola de pelo debajo de la mesa del comedor.
Entonces, cuándo es para mí ¿se trata de pereza o es otra cosa?
¿Porqué para otros no tengo pereza, pero si se trata de algo mío nunca veo el momento de empezar?
A menudo nos identificamos con nuestros pensamientos y entonces aparecen las justificaciones, los prejuicios, “no seré capaz, para que me voy a esforzar si luego suspenderé, si no me presento al examen tampoco pasará nada, mi aportación al trabajo es insignificante, me van a decir que no era esto lo que pedían” y una larga lista de excusas.
¿Déjame que primero te haga una pregunta, que crees que aparece primero, el pensamiento o la emoción?
Te pongo un ejemplo, hace unos días estaba a punto de cruzar la calle por donde no se puede y de la nada apareció un coche a toda pastilla, el cuerpo se me erizo y me subió un escalofrío desde el pecho hasta la cara, me invadió el susto y luego el cabreo “Casi me pisa ¿Dónde vas tan rápido?”
Cuando alguien llega a consulta con este asunto siempre le pido lo mismo, ¿cuál es la sensación corporal que tienes antes de empezar? La mayoría contestan ansiedad, estrés, dificultades para dormir, se despiertan en mitad de la noche sobresaltados, exceso de pensamientos.
¿Y cual es la emoción que te acompaña? Y aquí hay más dificultades para expresar, habitualmente aparece un “no sé”.
Lo que si pueden contar es las veces que han intentado cambiar su forma de hacer y todas las veces que han fracasado.
Volviendo a la pregunta ¿Qué aparece antes, la emoción o el pensamiento?
La clave está en darme cuenta de que es eso que me pasa antes de juzgarme, pensar que no seré capaz o boicotearme.
Si soy capaz de identificar cual es la emoción que me invade antes de castigarme, ¿crees que el resultado será el mismo?
El trabajo del terapeuta en este caso es facilitar que identifiques cual es esa emoción y el origen de ésta para que puedas actuar y modular ese sistema que tanto te incomoda.
A menudo aparece la rabia, el cuerpo se tensa, aprieto las mandíbulas y cierro los puños, “¿por qué no me pongo con la tarea, que me pasa?” y entonces una vocecilla te dice “déjalo, ya lo harás mañana”.
Si pones conciencia, y cortas ese “diálogo” tal vez puedas tomar las riendas del asunto, asumir la responsabilidad y superar el mecanismo de procrastinación.,
Puede ser que, en algún momento de tu pasado, alguien te dijera que no valía la pena que te esforzaras, que no ibas a llegar a ningún lado, que tu esfuerzo no era suficiente. Ahora eres tú el que pilota la nave.
¿Te cuento un truco? Haz dos listas, en una apunta todo lo que tienes que hacer para ti, en otra todo lo que te han pedido otros. Antes de hacer algo de la lista “otros”, haz algo para ti, y observa cómo te sientes.
Cuanta más conciencia pongas en tu forma de hacer, más margen de maniobra tendrás y podrás vivir de una manera más confortable, en calma y sin conflictos contigo mismo.
Graciela Almada, terapeuta individual y de pareja.