LA INFORMACIÓN COMO INICIO
Saber cómo se nada no es lo mismo que nadar, pensar en comida no es lo mismo que comer. La información sólo es el punto de partida porque la comprensión intelectual y la experiencia real son cosas muy distintas.
Saber algo es el inicio, sí, sin conciencia no suele haber posibilidad de nada más. Si bien es cierto que el simple hecho de darnos cuenta de algún aspecto propio pone en marcha un proceso de cambio, los cambios profundos deben abordarse desde un plano equivalente, es decir, un nivel profundo que trabaje e integre además de lo intelectual, el contenido emocional y experiencial.
La fuente de la que proviene «el saber» y la forma en que lo obtenemos también son factores muy importantes en esto de transformar lo teórico en práctico. No es lo mismo que tu novia te diga que fumar es malo a que un día te ahogues subiendo unas escaleras. Tampoco leer un libro sobre ansiedad es lo mismo a que descubras por ti misma cómo se manifiesta en ti, por qué ha surgido o qué te ayuda cuando aparece.
INFORMARSE VS. DARSE CUENTA
Mientras que informarse es un proceso que va de fuera a dentro, es decir, su origen es externo (un libro, una frase, un comentario), darse cuenta es un proceso interno que ocurre de dentro a fuera, desde la experiencia en primera persona. Obviamente, los efectos e impacto de ambos son muy distintos.
Aunque sea una información valiosa, lo que no llega desde un proceso propio no deja de ser algo ajeno, externo e incluso a veces agresivo o invasivo (como cuando le decimos a una amiga «tú lo que tienes que hacer es dejar a ese tío»), porque a veces no estamos preparados para sostener o gestionar según qué.
Por eso en el ámbito terapéutico una buena profesional es la que acompaña a su cliente a que se dé cuenta por sí mismo, no le dice qué le sucede o lo que tiene que hacer sino que le ayuda a encontrar sus respuestas respetando sus ritmos, emociones y procesos internos.

LO SUPERFICIAL VA EN AVIÓN, LO PROFUNDO EN BICICLETA
Cuando intentamos materializar la información del plano intelectual (el «saber») a otro más práctico y real (la vivencia), nos encontramos con muchos obstáculos internos que nos mantienen en las actitudes habituales.
Esto sucede, además de lo comentado más arriba, porque cada nivel funciona a una velocidad distinta. El nivel mental es más veloz: desde el intelecto somos capaces de ver la conexión entre las cosas, usar la lógica o comprender qué nos sucede de forma relativamente rápida. El problema es que la mayor parte de nuestras dificultades tienen raíces emocionales, y en ese plano todo funciona a un ritmo diferente.
Lo mental va en avión, lo emocional en bicicleta
En el nivel emocional hay una gruesa capa de sedimento formada por muchos componentes. Entre ellos están las experiencias que hemos vivido, nuestra autoimagen, la educación recibida, nuestras creencias, miedos, deseos y otros elementos, inconscientes y muy arraigados. Una dificultad que hayamos podido detectar está interconectada a estos aspectos, por eso sus motivos y funcionamiento van más allá de la explicación superficial que podamos darle. Por poner un ejemplo simplificado:
– problema: miedo al conflicto —- explicación superficial: «quiero llevarme bien con los demás», «no vale la pena discutir» , «me pongo nerviosa y por eso lo evito», «a nadie le gusta el conflicto» —- realidad emocional: miedo al rechazo, inseguridades, baja autoestima, educación autoritaria, represión emocional…
DEL SABER AL INTEGRAR
Si hemos llegado a algo interesante desde lo intelectual, tendremos que trabajar en ese contenido para incorporarlo a nuestro interior. Si lo dejamos en el plano superficial del conocimiento nos puede dar la sensación de que ya estamos muy trabajadas cuando en realidad estamos igual que antes (aunque con más información, eso sí). Esto pasa con los «coleccionistas de técnicas», que prueban muchas cosas de forma superficial pero no llegan a profundizar en nada.
El proceso pasa por investigar de forma experiencial cómo se da eso en mí, o sea, trabajar en las siguientes preguntas:
¿cómo lo vivo? – ¿qué siento cuando ocurre? – ¿cuál es su origen? – ¿desde cuándo está presente? – ¿en qué situaciones se activa? – ¿cómo lo gestiono? – ¿qué siento en el cuerpo? – ¿qué me ayuda a evitar o a conseguir? – ¿qué tipo de emociones, pensamientos y conductas se relacionan con ello? – ¿qué aspectos de mí se activan? y otras que poco a poco vayan ayudando a personalizar y profundizar en el tema.
Existen diferentes técnicas que ayudan a realizar este bonito pero arduo trabajo de ir arreglándonos desde el autoconocimiento. Para ello, es recomendable contar con el acompañamiento de una visión experta y objetiva que nos ayude a sortear el inevitable filtro parcial con el que nos percibimos a nosotros mismos y a lo que nos rodea.
Antes de acabar este artículo, me parece importante mencionar que hay asuntos que no siguen este proceso de saber – trabajar – integrar, que no necesitan un inicio intelectual para ponerse en funcionamiento. Son cosas que se procesan desde otros lugares menos conscientes, que en el propio transcurso del trabajo se van autorregulando desde el movimiento generado en otras partes interconectadas.
Si ya estás trabajándote y todavía no ves demasiados resultados, no olvides que cualquier cambio profundo necesita su proceso. Ten paciencia y date el tiempo necesario.
SIN BARRO NO HAY LOTO
Cualquier contenido que te motive a cuestionarte, conocerte mejor o darte cuenta de algo, es válido como inicio, pero no te quedes ahí.
Acude a conferencias, lee libros y artículos de psicología, sigue podcasts y cuentas de terapeutas. Seguro que te resultarán útiles para aprender conceptos y despertar importantes preguntas, pero no podrán sustituir el cambio profundo que supone un trabajo en primera persona en el marco de un trabajo terapéutico vivencial.
Mirando desde la orilla sin meternos «en el agua» sin profundizar realmente, no conseguimos más que ser unas neuróticas bien informadas. Ya conoces el dicho: «el que quiera peces….»