Hace un tiempo leí el titular de un artículo que me llamó mucho la atención. Era algo parecido a «hay tantas versiones de ti como personas te conocen». Y aunque en el fondo sea una obviedad, su enfoque me pareció lo suficientemente interesante como para NO leer el artículo (para evitar influencias) y escribir algo al respecto. Aquí está:
La forma en la que me ve mi madre es muy distinta a la de mi hijo, el compañero de colegio que no veo hace 20 años, un cliente o mi médica. Sí, existen tantas versiones de nosotros como ojos que nos miran. Si a duras penas nos conocemos a nosotros mismos (sólo después de un profundo trabajo interno y ni aún así al 100%), ¿cómo van los demás a tener una imagen exacta de lo que somos?
Existen tantas versiones de nosotros como ojos que nos miran
Los seres humanos somos un complejo puzzle de experiencias, emociones, creencias, esperanzas, miedos, decisiones y pensamientos que se entrelazan y alimentan entre sí. Algunas piezas pierden su significado si no podemos ver las que tienen alrededor. ¿Se puede, pues, apreciar la complejidad del dibujo que esconde el puzzle sólo viendo una parte de él? ¿Puede alguien tener una versión exacta de lo que soy si sólo está viendo algunas partes de mí?
Puede que las demás vean de forma clara algunas de nuestras características más evidentes (por ejemplo la introversión / extroversión). Si hiciéramos una encuesta entre todos nuestros conocidos, lo más probable es que algunas de ellas aparecerían en la mayoría de respuestas. Sin embargo habría diferencias, a veces enormes, en cada percepción. ¿Qué factores influyen en estas visiones a veces tan opuestas? Vamos a ver unos cuantos:
Los seres humanos cambiamos. Nuestra esencia permanece pero buena parte de nosotras fluye y se transforma. Nos cambian las experiencias, los aprendizajes, la madurez, el dolor, las relaciones… y nos cambiamos a nosotras mismas cuando nos trabajamos internamente.
Nuestro cerebro tiene la costumbre de simplificar y no preocuparse demasiado en redefinir las cosas. La tendencia natural es la de permanecer con las mismas interpretaciones y juicios que se establecen en el primer contacto con algo.
El momento de la vida en el que coincidimos determina en gran medida la forma en la que percibimos a los otros. Si me conociste hace tiempo y aunque hayamos seguido relacionándonos, lo más probable es que sigas viendo una versión «desactualizada» de mí, como si continuaras estando con la Clara 4.1 cuando mi versión actual es la 5.2. Eso sí, aquellos con menos capacidad para captar lo sutil, con más tendencia a suponer o a juzgar o con los que exista una relación superficial, difícilmente se percatarán de la evolución de la persona que tienen delante.
Ya lo dijo Ortega y Gasset: «yo soy yo y mis circunstancias«. No es lo mismo que nos hayamos conocido de fiesta que trabajando, si solemos quedar para tomar copas o para aprender francés, si soy tu jefa o eres un amigo. El contexto tiene una gran influencia porque nos condiciona a la hora de comportarnos, expresarnos o mostrar partes de nosotros. Lo mismo vale con las circunstancias propias: no vas a ver la misma versión de mí si vivo un momento complicado o más fluido, retraído o expansivo, etc… Las experiencias y los momentos compartidos construyen en buena parte la visión que tenemos los unos de los otros.
En el artículo anterior hacíamos una breve aproximación a este concepto psicológico: proyectar es ver lo propio fuera, poner en el exterior (en personas, situaciones, objetos, …) emociones, miedos, pensamientos, deseos o impulsos propios. Allá donde miramos nos vemos a nosotros mismos, porque de forma inevitable e inconsciente proyectamos lo propio en todo lo que observamos. El psiquiatra Carl Jung lo explica así: «Todo depende de cómo vemos las cosas, y no de la forma en que son en sí mismas». Partiendo de la frase de Ortega y Gasset, en este caso podemos decir: «yo soy yo, mis circunstancias y todas mis distorsiones».
Yo soy yo, mis circunstancias y todas mis distorsiones
Nuestra mirada al otro lleva una gran carga de contenido propio: la visión que tengo de ti está condicionada por mis creencias, deseos, expectativas, experiencias, etc… que se ponen de manifiesto de manera más o menos consciente. Si tengo dificultades en enfrentarme a los demás, seguramente tu actitud confrontativa no me guste demasiado. Tu seguridad me generará confianza si soy más bien insegura. Si me recuerdas a aquel primo con el que me río tanto, me caerás mejor…
Las expectativas que tengas sobre mí (y viceversa) también modelarán la forma en la que me ves: si sales de una relación horrible, tu necesidad de que la próxima funcione puede hacer que me idealices.
A partir de cómo juzgamos (con nuestro contenido proyectivo de por medio), formamos nuestra visión de los otros. Influye también en dónde decidimos poner nuestra atención y la importancia que cada una le damos a ciertas cosas. Una frase, una acción, un detalle o algo que te he hecho sentir en algún momento, tal vez en alguna parte de ti quede asociada a mi imagen para siempre.
La idea de que hay una versión de mí en cada persona que me conoce, en parte nos remite sin remedio a esa soledad que todos vivimos de piel hacia adentro. Al fin y al cabo, estamos solos con nuestros pensamientos, emociones y sensaciones, nadie sabe, en realidad, «quiénes somos»…
Esta intimidad tan en crudo puede ser desesperante y dolorosa: ¿quién no se ha sentido incomprendido y sólo alguna vez?. Podemos ser personas expresivas, abiertas y hábiles comunicando nuestras emociones o ser capaces de trasmitir pensamientos de forma eficaz, pero nadie podrá captar al 100% su verdadera esencia…
Parece, entonces, que estamos condenados a ser una versión simplificada de nosotros mismos en las cabezas de quienes nos rodean, como el personaje plano o mal dibujado de una novela mediocre o como el actor protagonista de «Desmontando a Harry» de Woody Allen, que un día se levanta desenfocado y ni siquiera las cámaras son capaces de captar su imagen con nitidez.
Hagas lo que hagamos, los demás se formarán una u otra idea sobre nosotros en base a su propia percepción. Vale la pena, entonces, librarnos del peso de vivir hacia afuera, del esfuerzo de encajar en un modelo social o una imagen determinada (la que creemos correcta en base también a las propias distorsiones). Vivir menos en función de la mirada ajena y más en contacto con la propia. Reafirmarnos en lo que somos, sentimos, sabemos y necesitamos sin depender tanto de la aprobación externa.
Valga también este artículo como llamamiento a mirar de forma más abierta y flexible a los demás, rebajar el juicio, ser capaces de reducir las suposiciones y entender que la forma en la que te veo o te juzgo, habla casi más de mí que de ti.
La vida de los otros, tal como nos llega en la llamada realidad, no es cine sino fotografía, es decir que no podemos aprehender la acción sino tan sólo sus fragmentos eleáticamente recortados. No hay más que los momentos en que estamos con ese otro cuya vida creemos entender, o cuando nos hablan de él, o cuando él nos cuenta lo que le ha pasado o proyecta ante nosotros lo que tiene intención de hacer. Al final queda un álbum de fotos, de instantes fijos. (…) Dar coherencia a la serie de fotos para que pasaran a ser cine, significaba rellenar con literatura, presunciones, hipótesis e invenciones los hiatos entre una y otra foto. (…) Como esos dibujos que proponen los psicólogos de la Gestalt, ciertas líneas inducirían al observador a trazar imaginativamente las que cerraban la figura.
«Rayuela», Julio Cortázar
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