«Sabes que los unicornios no existen y que Papá Noel es imaginario, pero a otros niveles te aseguro que no sabes distinguir la fantasía de lo real«. Cuando afirmo esto, clientes y alumnos suelen mirarme con una mezcla de incredulidad y extrañeza…
Todos nos sentimos capaces de distinguir lo real de lo que no lo es, aunque no todo es tan sencillo como parece. La lectura que cada una hacemos de la realidad, llena nuestro día a día de suposiciones, interpretaciones y prejuicios sin tan siquiera ser conscientes de ello.
En el artículo de hoy vamos a revisar esta a veces fina frontera entre lo fantasioso y lo real, por qué a cierto nivel resulta tan complicado distinguirlas y algunas de sus implicaciones en nuestra vida cotidiana.
¿Por qué ha tomado esa decisión? ¿Qué querrá decirme con este whatsapp? ¿Qué debe pensar mi jefa de mí?
A nuestro cerebro no le gusta no saber. Ante el interrogante de algo que desconoce, activa un mecanismo que corre a completar el incómodo hueco. Esta «función de autorelleno» es parecida al texto predictivo de los teléfonos móviles porque se basa principalmente en nuestras experiencias y respuestas anteriores para fabricar una suposición, una forma de explicar aquello que se le está escapando. En la creación de esta suposición intervienen también las circunstancias externas, el propio carácter y nuestras emociones predominantes.
El cerebro deja de ver cuando cree saber
El científico e investigador David Rosario lo explica así en esta entrevista: «El origen de cualquier problema es olvidar que estamos viendo una imagen mental y no la realidad. Cada vez que el cerebro encuentra un parecido entre situaciones, personas, cosas…, simplifica el asunto asignando el mismo nombre a todas ellas: el cerebro deja de ver cuando cree saber. Los pensamientos sólo son una propuesta que nuestro cerebro hace ante cada situación de vida basándose en el pasado.»
La suposición, entonces (respuesta unas veces casi automática y otras más conscientemente elaborada) se contruye en un pasado que ya no existe y se olvida de la realidad del presente, de lo actual. ¿El resultado? mucha fantasía y poca base real, mucho «aire» y poco «suelo»: suposiciones, prejuicios e interpretaciones. Como propone Sako Asko en esta ilustración, todos ellos suelen ser un tiquet de ida al «infierno».
Cuando trabajo este tema con mis clientes o en talleres de Gestalt, suelo poner el mismo ejemplo (real): «Marta me está mirando ahora con el ceño fruncido. Si interpreto su mirada (inconscientemente o buscando una explicación de forma intencionada) puedo pensar que no le caigo bien, que se aburre, que lo que explico le parece absurdo… Si doy por válido ese pensamiento que pasa por mi mente en menos de un segundo, seguramente me provocará inseguridad, miedo, inquietud física… y ¡todo por suponer algo que ni siquiera sé!. » A continuación le pregunto a Marta: «¿en qué estás con tu ceño fruncido?» Marta responde: «no veo bien de lejos». Así funcionan estas cosas.
Una mirada, una palabra, una acción, un gesto, una frase… son suficientes para disparar el mecanismo que fabrica la suposición. Ésta, pura fantasía, no es puesta en duda de forma consciente sino que en una fracción de segundo ya se ha disfrazado de HECHO, convenciéndonos de que ésa es la realidad y haciéndonos actuar en base a ello. Ahí lo tenemos: no sabemos distinguir fantasía de realidad. Y si en este ejemplo tan poco relevante ya produce efectos negativos, imaginemos lo que afecta en circunstancias más serias o la suma de todas ellas a lo largo de la vida…
Nuestro gran problema es dar la categoría de hecho a lo que son meras interpretaciones de nuestra imaginación. David Rosario dice: «Cuando asumes que aquello que piensas sólo es una propuesta de tu cerebro, tus pensamientos dejan de ser un hecho».
Proyectar es ver lo propio fuera, es decir, poner en el exterior (en personas, objetos, situaciones…) emociones, deseos, miedos, pensamientos o impulsos propios. En la siguiente frase, psiquiatra Carl Jung resume de forma sencilla el concepto de proyección, que también juega un importante papel en esto de lo real y lo imaginario.
Todo depende de cómo vemos las cosas, y no de la forma en que son en sí mismas. Carl Jung
Antes hemos visto cómo nuestro cerebro otorga el mismo nombre a cosas que le resultan similares basándose en experiencias pasadas. Resulta fácil entonces, entender que nuestro «contenido» personal afecta de forma irremediable a nuestra apreciación de lo que nos rodea.
Todos tenemos una percepción propia de la realidad, que se construye en base a nuestras vivencias, educación y estructuras mentales y emocionales. Dicho de otra manera: cada una de nosotras lleva unas «gafas de ver el mundo», un filtro personal e intransferible con el que interpreta la realidad.
Para el que tiene una visión trágica del mundo todo es dolor y sufrimiento, para la que está siempre a la defensiva, todo es amenazante o agresivo… Allá donde miramos nos vemos a nosotros mismos, porque de forma inconsciente e inevitable proyectamos lo propio en todo lo que observamos.
La forma que le doy a mis suposiciones e interpretaciones, pues, dice mucho de mí. Lo más probable es que lo que supongo de otra persona sea algo que siento, hago, deseo, rechazo o temo yo. Poner conciencia a mi «estilo de interpretación» (¿creo que me juzgan? ¿supongo que no caigo bien? ¿veo mala intención por todas partes?) también es una buena forma de conocerse y poder trabajar aspectos internos.
OBVIO: 1. adj. Que se encuentra o pone delante de los ojos. 2. adj. Muy claro o que no tiene dificultad.
A partir de esta definición podemos decir que lo obvio es aquello que no admite dudas, lo evidente en crudo, sin interpretaciones ni apreciaciones personales: el cielo es azul, la tierra es redonda.
Las interpretaciones se construyen sobre una «realidad», un hecho obvio que se toma como punto de partida y a partir del que se desarrolla la fantasía que acaba en suposición. Lo obvio entonces, queda oculto detrás de la interpretación fantasiosa que elaboramos. Vamos a explicarlo en base al ejemplo del taller que he usado antes. Si le damos aspecto de fórmula, ésta podría ser:
– OBVIO: lo obvio sería: «Marta me mira frunciendo el ceño«. Nada más. Es la única obviedad, el hecho simple y llano.
-FANTASÍA: A lo obvio se le añade ahora la fantasía de las posibles causas de la mirada de Marta, nacidas de una proyección (más adelante aclaro el término), que puede venir de una experiencia pasada similar, miedo a no dar un buen taller, exigencia…
-INTERPRETACIÓN/SUPOSICIÓN: La suma de lo obvio con la fantasía acaba dando lugar a la interpretación de que la mirada de Marta significa que se aburre, no le caigo bien o que está juzgando negativamente lo que digo. Las consecuencias de esta suposición, que acaban confundiéndose con un hecho, actúan a todos niveles (nervios, inseguridad, inquietud física, pensamientos acelerados…) y obviamente, afectarían a mi estado en el transcurso de la clase…
¿Te resulta familiar? Seguro que sí (principalmente porque todos lo tenemos funcionando casi las 24h del día). Si extrapolamos este ejemplo a otras situaciones, podemos ver el mecanismo mediante el cual fabricamos suposiciones, interpretamos la realidad y creamos prejuicios. Todo ello muchas veces de forma casi instantánea, aunque otras es resultado de una búsqueda elaborada de respuestas.
1- VUELVE A LO OBVIO: Deshacer el camino andado, tomar conciencia de la fantasía y eliminarla de la ecuación. Recuperar la verdad, lo real del aquí y ahora. «Marta me mira con el ceño fruncido». Ya. Lo demás, es pura fantasía.
No sabemos el desenlace de algo que todavía no ha ocurrido, qué está pensando esa persona, qué puede motivar a alguien a actuar de una determinada manera o a qué responde esa mirada o gesto. El simple hecho de darnos cuenta de lo perjudicial y fantasioso que resulta un pensamiento de este tipo, nos ayudará a poner el marcador a cero y a abrirnos a la experiencia de una manera mucho más real y sana.
Recuperar lo obvio nos ayuda a abrirnos a la experiencia de una forma más limpia, real y sana
2- PREGUNTA, OCÚPATE, COMUNÍCATE: Responsabilízate de ti y tu necesidad. ¿Necesitas saber más? Pregunta. ¿Quieres que algo se mueva o cambie? Pasa a la acción. ¿Necesitas expresar algo? Comunícate. Eso responde a una actitud madura y coherente con tus pensamientos, necesidades y emociones. Mantener los pies en el suelo, en contacto con lo real, nos ayuda a hacernos cargo de nosotras mismas y evita basar las cosas en el etéreo mundo del pensamiento.
No podemos terminar el artículo sin echarle un vistazo al mayor creador de suposiciones actual: whatsapp. Si en la comunicación cara a cara ya hay un millón de estímulos que conducen a la fantasía, el asunto empeora con las nuevas tecnologías…
La comunicación actual se centra en fórmulas de contacto indirecto, el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de suposiciones, fantasías y malas interpretaciones, sobre todo en las escritas. Ni expresión facial, ni tono de voz, ni mirada, ni contacto físico, ni lenguaje no verbal…. Los emoticonos ayudan mucho pero tampoco son suficiente. ¡Que levante la mano quien no haya estado valorando diversas interpretaciones de un mismo mensaje o haya confundido alguna vez su sentido!. Se hace más necesario que nunca volver a lo real, lo obvio, lo presente, lo que SÍ está.
Si aplicamos esa vuelta a lo obvio, podremos recuperar la esencia del mensaje: «no voy a venir» no significa «no me apetece», «no quiero venir» o «me da igual no verte», significa «no voy a venir». «Estoy bien» no significa «no quiero explicarte nada» o «en realidad no estoy bien», significa «estoy bien». «Estoy mal» no significa «tú eres el culpable de mi malestar» o «lo nuestro no funciona», significa «estoy mal».
¿La persona con la que hablas no está siendo sincera o no se comunica correctamente? En ese caso necesita trabajarse aspectos de sí misma, cosa que no es tu responsabilidad (lee aquí un artículo al respecto). Lo único que puedes hacer es ocuparte de lo tuyo: ¿tienes dudas, necesitas saber más, aclarar algo? recuerda: ocúpate, pregunta, habla. En realidad todo es mucho más sencillo de lo que parece.
Aprender a disitinguir lo real de lo imaginario simplifica enormemente la vida. El funcionamiento de nuestra mente hace que resulte imposible no crear suposiciones, prejuicios, buscar explicaciones o imaginar cosas por suceder. Sí es posible, no obstante, reeducar nuestro pensamiento para poder identificar estas fantasías que llevamos encima como una carga invisible; que ensucian nuestra mirada hacia el mundo y nos predisponen hacia él, casi siempre negativamente.
Vale la pena invertir en practicar esta conciencia que nos ayude a discriminar la fantasía de lo obvio, a retroceder lo andado y quedarnos sólo con lo real para poder enfrentarnos al mundo de una forma mucho más abierta y limpia.