«El principito» es uno de esos libros universales que pueden leerse en cualquier etapa de la vida. Si lo hacemos en la infancia nos encontramos una historia llena de fantasía y personajes interesantes que nos aproximan a importantes valores. De adultos, vemos un libro aparentemente sencillo pero profundo y revelador, que nos lleva a reflexionar sobre temas como las relaciones, el sentido de la vida, el amor, la soledad, la confianza y la amistad.
Antoine de Saint-Exupéry publicó su obra más conocida en el año 1943, a partir de algunas de sus propias experiencias como piloto de guerra. «El principito» se ha convertido en la novela francesa más traducida del mundo y uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. En el artículo de hoy repasamos algunas de las lecciones de vida que nos ofrece.
La amistad, la confianza, el amor, la paz interior… son «invisibles» pero esenciales. Nos distraemos de lo que es fundamental cuando damos excesiva importancia a lo externo: posesiones materiales, status social, dinero, éxito profesional… cuando olvidamos lo realmente importante de la vida nos descentramos y perdemos contacto con partes esenciales de nuestro ser.
El gran mal de nuestros tiempos es el mirar más hacia fuera que hacia dentro. Resulta más fácil ver los defectos ajenos, juzgar a los demás y culpabilizarles de nuestros males que responsabilizarnos de nuestras propias vidas.
Todos hemos oído alguna vez el concepto de moda «gente tóxica», usado para definir a aquellas personas de las que hay que alejarse a toda costa. El auge de este término y la multitud de libros y artículos que han aparecido a su alrededor pone de manifiesto la tendencia a ver la toxicidad ajena pero la dificultad en hacerlo con la propia. Hay personas cuyas conductas son nocivas y debemos tomar medidas frente a eso, sí, pero no tenemos que olvidar que la persona que nos resulta más nociva de todas somos nosotros mismos.
Esta frase de «El principito» nos recuerda la necesidad de conocernos en profundidad, revisar nuestra forma de ver la vida y las propias «toxicidades» para trabajar en ellas y crecer a nivel interno.
Aunque es importante saber cuándo debemos terminar una relación que se ha deteriorado en exceso o que no resulta recíproca, es igual de importante apreciar y mantener los vínculos que nos unen a las personas significativas de nuestra vida. Con esta frase que le dice el Zorro al Principito, le señala el compromiso que han adquirido ambos al construir su relación, un compromiso de cuidado, responsabilidad y reciprocidad.
Hemos pasado del «hasta que la muerte nos separe» y las ataduras de permanecer junto a alguien aunque nos cueste la felicidad, a claudicar a la primera dificultad que aparece. En la época de las relaciones rápidas, fáciles e intercambiables (sobre todo a nivel de pareja), parece que se construyen más de una forma mercantil que emocional.
¡Cuántas relaciones valiosas de amistad, familia y pareja se rompen por falta de responsabilidad o compromiso!.
El descuido del vínculo, el desinterés, la mala comunicación o actitudes personales menos sanas hacen que no estemos presentes en las relaciones con las personas que de verdad nos importan.
*imagen de Jopi
Hay personas que se refugian en sus «deberes y obligaciones». La sociedad en la que vivimos incentiva la competitividad, el éxito y el intelecto y relega el plano emocional a un lugar muy inferior. Las personas muy mentales sustituyen el sentir y el hacer por el pensar. Se refugian en la razón para escapar de sus mundos emocional e instintivo, a los que suelen ver como descontrolados y «poco serios».
¿Vive realmente quien solamente se ocupa de «asuntos serios», quien retiene sus emociones, sin amar o entregarse a las cosas sencillas de la vida? Saint-Exupéry nos recuerda la importancia de vivir desde el corazón, apreciar las cosas pequeñas, relacionarnos, dar amor y dejar espacio para el placer y la conexión con la naturaleza.
Hay personas que quieren con el «corazón pequeño», con miedo a vaciarse o a depender en exceso de los demás. Otras creen que mostrar sus emociones las debilita y se sienten con la necesidad de crear una coraza protectora. Otras quieren desde el miedo y dejan una parte para sí mismas, sin entregarse del todo.
Racionalizar la emoción nos aleja de ella. Si nos acercamos al amor desde el intelecto lo reducimos a una idea, a un concepto. De ahí el comentario del Principito: «no lo entiendas, vívelo». El amor hay que sentirlo y experimentarlo, y sólo se puede hacer a partir de una actitud abierta y consciente.
Este pasaje nos recuerda que dar, sobre todo en el terreno emocional, también es recibir: el amor y el cuidado que ofrecemos a los demás también nos lo estamos dando a nosotros mismos. La única manera de querer es abrir plenamente el corazón, dar y dejarnos entrar el amor que nos ofrecen.
Las semillas de este pasaje simbolizan las emociones y pensamientos humanos: los hay llenos de aprendizaje y crecimiento y otros que nacen de nuestra parte menos sana.
La «ramita inofensiva» que asoma en el suelo puede llegar a convertirse en un destructor baobab de miedo, angustia, creencias negativas, exigencia o ira si dejamos que arraigue en nuestro corazón o en nuestra mente. Los pensamientos negativos condicionan nuestras vivencias, y aunque las emociones menos agradables son totalmente naturales y necesarias, debemos saber cuándo están tomando el control de nuestra vida.
Este fragmento apela de nuevo a la importancia de conocernos en profundidad para poder distinguir nuestras «semillas»; ocuparnos de trabajar en las negativas y cultivar sólo las que nos acercan a la salud y el crecimiento.
El dibujo del elefante comido por una boa al que todo el mundo confunde con un sombrero, probablemente sea lo más popular de la obra de Saint-Exupéry. Ese aburrido sombrero representa la desconexión de nuestra parte espontánea e imaginativa y la proyección de una visión gris y plana del mundo.
La mirada inocente, fresca y creativa que todos tenemos en nuestra infancia, en la vida adulta suele quedar enterrada bajo convenciones sociales, el miedo al juicio externo y una gruesa capa de «seriedad». Trabajar para reactivarla nos devolverá algo de la frescura que teníamos de niños y nos conectará con nuestra parte más vital y espontánea.