Elige el sufrimiento que te haga crecer
Decíamos en el artículo anterior que, a diferencia del dolor sano y natural, el sufrimiento aparece cuando nuestro ego se pone por medio. Aunque en ocasiones resulte casi imposible escapar de él (puesto que se inmiscuye en todo), algunas veces podemos elegir aquel que, al menos, nos ayude a evolucionar. Para ello será necesario tener un cierto autoconocimiento en un plano más profundo, que nos permita darnos cuenta de qué mecanismos poco sanos lo desencadenan y qué otras opciones pueden resultarnos más sanas.
Tomemos como ejemplo una persona que no se permite decir que no. Ante la situación de querer dar esa respuesta, se abren dos posibilidades:
1- Decir que sí (no expresar lo que quiere)
Impulsada por las razones con las que su parte menos sana le prohíbe decir «no», esta respuesta tendrá como resultado el daño de no escucharse, de no ser fiel a sí misma y, como siempre, hacer algo que no puede o no desea. Este sufrimiento, devorador de la autoestima, la dejará en el mismo sitio, en la misma respuesta neurótica habitual. En este caso, es un sufrimiento estéril que alimenta y perpetúa la respuesta neurótica.
2- Decir que no (expresar lo verdadero)
En este caso, el sufrimiento vendrá a partir de las razones por las que no se permite expresar lo que realmente siente (quizás desde la necesidad de quedar bien o de complacer, miedo a la confrontación, una idea equivocada de lo que es ser «buena persona», algún introyecto, etc…). En este caso será un sufrimiento útil, pues es una respuesta distinta a la habitual y coherente consigo misma y su necesidad.
Sostener el malestar o el miedo que aparezca, «valdrá la pena» por ser un paso adelante que la acerque a tenerse en cuenta, a expresar lo que realmente necesita… y, lo más probable, comprobar que no sucede nada de lo que temía. Puestos a sufrir, al menos elijamos aquello que nos acerque a algo más saludable.
Aunque no siempre las circunstancias que despiertan el sufrimiento ofrecen la oportunidad de elegir entre dos formas de actuar, resulta una herramienta a tener presente cuando sea aplicable. Eso sí, elegir una respuesta distinta a la habitual no es fácil. La costumbre, los miedos y todos los «programas» inconscientes que llevamos instalados nos arrastran hacia lo conocido (la famosa «zona de confort»), por perjudicial que sea. Por ello vale la pena ir trabajando en nuestro interior para descubrir otras posibilidades de actuación más sanas.
Si el dolor o sufrimiento llega desde una circunstancia totalmente ajena a nosotros o nuestro radio de acción, la opción más sana será la de ocuparnos de él con conciencia, sin esquivarlo, para poder «salir limpios al otro lado». Deberemos revisarnos en otros niveles: preguntarnos de dónde viene, qué emociones despierta, dónde nos está hiriendo, si es una herida antigua… y en función de todo ello, ver de qué forma podemos llevarlo de la mejor manera posible.
El lado «positivo» del dolor
Nuestra intención no es la de «positivizar» el dolor de una forma superficial o frívola siguiendo las tendencias actuales en las que parece que todo debe tener un lado bueno. Lo que sí pretendemos es darle al dolor útil una dimensión de crecimiento profundo, una manera de aprender y acercarnos a nosotros mismos.
«No es posible despertar a la conciencia sin dolor», decía Carl Jung. El crecimiento a veces es inseparable del dolor: del dolor, por ejemplo, de darnos cuenta de nuestras partes más oscuras, el de alejarnos de actitudes cómodas pero perjudiciales, el de ir hacia lo desconocido, de exponernos a los demás de manera abierta y sincera, el dolor de alejarnos de personas o situaciones que nos dañan y el de tomar conciencia del daño que hemos hecho a otros. Y sobre todo, el dolor de darnos cuenta de cómo nos maltratamos, de cómo nos descuidamos a partir de conductas, pensamientos y emociones destructivas y poco amorosas con nosotros mismos. Muchas veces, este «darse cuenta» imprescindible para nuestro crecimiento, viene acompañado de dolor.
Viktor Frankl, psiquiatra y psicoterapeuta austríaco, mantenía que el sufrimiento que tiene un propósito es menos sufrimiento o deja de serlo. Trabajemos para que tenga un sentido, para que nos ayude a profundizar en nuestras emociones y a evolucionar. Aprendamos a acoger nuestro dolor y ver que nos trae un mensaje que necesitamos escuchar atentamente.

El dolor nos resulta necesario para:
- elaborar pérdidas y cambios
- conectar y empatizar con los demás
- ganar profundidad como seres humanos
- hacer introspección, revisarnos a nivel interno
- darnos cuenta de nuestras necesidades y emociones
- cerrar etapas, dejar atrás el pasado
- aprender sobre nosotros y los demás
- responsabilizarnos de nuestras decisiones
- reparar daños ocasionados a otros
- evolucionar, madurar, crecer a nivel interno
- establecer límites
- aceptar las cosas como son
- distinguir lo que queremos de lo que no
El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional
Buda