Podemos ver la diferencia en este ejemplo: la pérdida de un ser querido inevitablemente genera una gran tristeza y en ocasiones también rabia, melancolía, impotencia… se hace necesario entonces acoger y expresar estas emociones genuinas y naturales, que juegan un papel esencial en este proceso. Con ellas se inicia un periodo de duelo que, bien gestionado, nos permite elaborar la pérdida y adaptarnos a la nueva situación. En este caso, hablamos de dolor.
Si ante la misma pérdida no hay un duelo bien elaborado en el que manejar la parte emocional de forma sana, entonces aparece el sufrimiento, que puede tomar muchas formas: culpa, arrepentimiento, depresión, lucha contra la realidad… Si hablamos de duelo, en ocasiones también aparece en forma de una fidelidad mal entendida («no me permito ser feliz porque él no está»), de dependencia («sin ella no puedo estar bien»), de sensación de injusticia que encadena a la rabia («con lo bueno que era, es una injusticia») o de una evitación del dolor (no expresarlo, hacerse «el/la fuerte», etc…).
La mayoría de veces el sufrimiento se genera de forma inconsciente y en su creación intervienen distintos componentes: miedos, creencias, automatismos, pensamientos nocivos, emociones mal gestionadas, etc… Estos elementos se mezclan con el dolor (que originariamente puede ser sano), dando como resultado el sufrimiento.
La no aceptación
Una de las mayores fuentes de sufrimiento nace de la no aceptación. Compramos números para la lotería del sufrimiento cuando nos empeñamos en negar la realidad de lo que nos toca vivir, cuando nuestra tozudez o egocentrismo no nos deja asumir que las cosas son distintas a las expectativas que nos habíamos formado, cuando nos agotamos luchando por cambiar algo que está fuera de nuestra responsabilidad, cuando nos quedamos pegados al dolor del pasado… La aceptación, pues, es una de las claves para mantener a raya el sufrimiento. Eso sí, cuidado con confundir aceptación con resignación: te lo explicamos aquí.
Muchas veces el sufrimiento también se genera por no aceptar el dolor, por intentar esquivar las emociones que nos resultan menos agradables. El dolor que resultaría útil y curativo, es sustituido por el estéril e insano sufrimiento.
En el intento de reprimir o evitar el dolor, lo que conseguimos es quedarnos con él, cargarnos con un asunto pendiente de ser cerrado que obstinadamente nos acompañará allá donde vayamos hasta que nos ocupemos de él. Una depresión, por ejemplo, muchas veces es el resultado de una tristeza reprimida o mal gestionada.
El ego, proveedor oficial de sufrimiento
Todos tenemos una parte poco sana (ego) que nos carga con emociones, actitudes, pensamientos, creencias y automatismos nocivos, interfiriendo también en la gestión de las dificultades con las que nos tropezamos en la vida. Nuestro ego, por lo tanto, es nuestro principal proveedor de sufrimiento.

La no aceptación y la evitación del dolor son dos vías directas al sufrimiento. Otros ejemplos por los que entramos en él desde nuestro ego son:
… y una larga lista de actitudes que nos alejan del bienestar. Cada uno tenemos un «estilo personal» con el que sufrir, que se construye sobre todo en base al ego y también a nuestra personalidad, vivencias, educación, creencias y forma con la que vemos el mundo.
El sufrimiento como actitud vital
Mientras hay personas que viven en la evitación del dolor, otras viven ancladas al sufrimiento. Obviamente ninguna de las dos opciones es saludable: ni una ficticia felicidad permanente ni un masoquismo que asegure una pena constante.
Existe pues un tipo de personalidad que se suscribe al sufrimiento como actitud continua, como forma de vida. Estas personas se sienten en gran carencia: nada parece hacerles felices, nada se ajusta lo suficiente a lo que creen necesitar para estar bien. A veces ponen condiciones inalcanzables con las que supuestamente «serían felices». Al ser muy complicadas de realizar, se aseguran mantenerse en la actitud sufriente.

Algunas se sienten especiales (en cierto modo superiores) por su gran sensibilidad y capacidad de sufrimiento, y por ello, con derecho a ser tratadas de forma especial, con unos ciertos privilegios que les otorga el sufrir. Los beneficios (insanos, pero beneficios al fin y al cabo) obtenidos de esta actitud victimista pueden ser muchos:
- Obtener atención y ayuda de los demás
- Sentirse queridos
- No responsabilizarse de sí mismos y de su bienestar
- Permanecer en lo conocido, no cambiar nada
- Buscar a alguien que les «salve» del sufrimiento
- Manipular a los demás desde la posición victimista
- Obtener un trato especial, ser compadecidos
- No afrontar el dolor ni sus emociones reales
Como la mayoría de los asuntos del ego, esta tendencia suele ser inconsciente. Quien se identifique con estas conductas que no desespere: un trabajo terapéutico profundo aporta el grado de conciencia y aceptación necesarios para empezar a desenmascarar el propio ego y revertir estas actitudes tan nocivas.
Elige dolor en vez de sufrimiento
Todos tenemos ego, luego todos sufrimos. Y aunque no lo parezca (y no sea tarea fácil), existe la posibilidad de escoger entre dolor y sufrimiento, de aprender a minimizarlo para ahorrarnos padecimientos innecesarios o al menos, sus formas más perjudiciales. Y cuando el sufrimiento es inevitable, hay la opción de elegir el que como mínimo nos ayude a crecer.
¿Cómo hacerlo? En el próximo artículo hablaremos sobre el dolor y el sufrimiento útil; y de cómo realizar elecciones más favorables a nuestra salud y bienestar.