Cuando tenemos un malestar que afecta a nuestras vidas y desde el deseo de sentirnos bien, es natural que queramos solucionarlo lo antes posible. «¡Por favor, extírpame la ansiedad!» (o el sufrimiento, o la tristeza, o la inseguridad, etc…) es un mensaje que muchxs terapeutas recibimos (directa o indirectamente) por parte de nuestrxs clientxs.
Esta necesidad de resolver cuanto antes nuestras dificultades a veces responde a una conducta poco sana que como hemos comentado en otros artículos, es una huída de las emociones menos agradables, una fobia a «estar mal». Pero hoy no nos ocupamos de la imposible pretensión de estar siempre bien, sino del deseo de cualquiera a mejorar en sus dificultades y tener una buena salud mental, emocional y física.
Ante nuestra natural «prisa» por estar mejor o resolver lo que nos preocupa, podemos no darnos cuenta de que es necesario trabajarlo a un nivel más hondo del que a simple vista puede parecer. El síntoma o conflicto tan sólo es la manifestación de algo más profundo, es la punta del iceberg.
Debemos tener en cuenta, además, que un síntoma es una señal, una advertencia de que algo no anda bien. Por lo tanto puede ser sólo la parte visible, una señal de alerta (cuando hablamos de síntoma nos queremos referir a cualquier manifestación física, psíquica o emocional que nos produce malestar). Por poner un ejemplo sencillo, sería como la fiebre que aparece como reacción y defensa ante una infección de nuestro organismo.
Debemos, por lo tanto, preguntarnos qué función está cumpliendo nuestro malestar: ¿de dónde viene? ¿qué necesitamos revisar? ¿sobre qué está tratando de llamar nuestra atención?
En la expresión que da título al artículo también hay implícita una creencia que no podemos dejar de comentar: muchas veces se acude al psicoterapeuta con la idea (o el deseo) de que sea éstx quien «resuelva» el malestar. Algunas personas, con una idea equivocada de cómo funciona un proceso psicoterapéutico, se sientan frente al/la terapeuta esperando que «les haga algo», que lxs salve de su sufrimiento, les aconseje qué hacer o les solucione su problema.
En técnicas como la Terapia Gestalt, el/la terapeuta facilita el encuentro de la persona consigo misma. Es decir, que a partir de su formación, conocimientos y también de su camino personal como terapiadx, realiza un acompañamiento de su clientx hacia su propio autoconocimiento, respuestas y soluciones.
Es por esta razón por la que no nos gusta el término «paciente»: no vemos a la persona como un objeto pasivo que espera pacientemente a ser curado, sino que el trabajo se da en la colaboración y en base a la relación que se establece entre terapeuta y cliente/a. No es el/terapeuta quien elimina, soluciona, alivia o arregla las dificultades del clientx, sino que es éstx quien, a través de su propio trabajo y con el acompañamiento del/la profesional, es el responsable de su crecimiento y sanación.
Existe una cierta idea de que estamos formados por partes diferenciadas que actúan de forma independiente, como si fueran compartimentos estancos que no se relacionan entre sí. De ahí la creencia de que un malestar puede «eliminarse» sin incidir en el resto, como un/a cirujanx que extirpa un apéndice de forma precisa y limpia sin interferir con ningún otra parte del cuerpo.
Creemos que nuestro malestar es algo que puede ser «extirpado» o solucionado en concreto sin entrar en otras partes de nuestro ser
Pero empecemos por el principio: los seres humanos somos un todo formado por mente, emociones y cuerpo. Estas tres partes se relacionan, alimentan e interactúan constantemente, por lo que cualquiera de estos elementos ejerce una gran influencia en los demás: las emociones inciden sobre el cuerpo y la mente, los pensamientos provocan emociones y sensaciones físicas, y lo que sentimos en nuestro cuerpo también da lugar a pensamientos y emociones.
De la misma forma, otros elementos más sutiles y que a veces pertenecen al ámbito menos consciente, se mezclan e interrelacionan de forma constante: creencias, deseos, experiencias, emociones, miedos, introyectos, pensamientos, temas pendientes, valores, la educación recibida, nuestra infancia, reacciones, proyecciones, sensaciones, nuestra personalidad, relaciones, instintos, recuerdos, nuestros personajes internos, patrones inconscientes, fantasías, etc… inevitablemente se mezclan, alimentan y manifiestan de forma ininterrumpida en nuestros mundos emocional, físico y psíquico.
Por todo esto, es obvio que resulta muy complicado (por no decir imposible) aislar un elemento concreto del resto. Todo interactúa, todo se relaciona y se conecta de una forma u otra.
Mi síntoma no puede separarse de lo que lo ha originado, ni tampoco del resto de mí
Una dificultad emocional o psicológica no puede aislarse del resto de nosotrxs ni de todos los elementos que hemos mencionado sobre estas líneas. El síntoma no aparece de la nada, sino que siempre tiene un foco, una razón de ser.
De hecho, nuestros síntomas, dificultades emocionales e incluso nuestras conductas menos sanas son intentos de solucionar un problema existente, son respuestas más o menos funcionales o acertadas a problemas que necesitan ser revisados.
Un síntoma no sólo debe ser visto como una molestia a eliminar, sino como portador de un importante mensaje que necesita ser escuchado y trabajado en profundidad
A continuación ofrecemos algunos ejemplos simplificados de experiencias de personas a las que hemos atendido en nuestra consulta y que pueden ayudar a entender la necesidad de trabajar, además del síntoma, su origen (hemos cambiado sus nombres para proteger su identidad):
PAU Y MARÍA
Pau y María vinieron a trabajar en pareja. Pau se mostraba desconfiado y celoso y este hecho estaba desgastando mucho la relación. A partir del proceso terapéutico, Pau descubrió que ese miedo se relacionaba con aspectos más profundos de su vida y de sí mismo. El más relevante era que su padre había abandonado a su madre siendo él muy pequeño, patrón que temía revivir y que evitaba a toda costa en su propia relación, adoptando una actitud controladora y dependiente.
CARMEN
En una línea similar, Carmen acudió a terapia por un problema de baja autoestima. Su trabajo terapéutico acabó relacionándose con sus dificultades en las relaciones amorosas, ya que ninguna de ellas le duraba demasiado y eso influía enormemente en su autoimagen y seguridad. Finalmente se dio cuenta de que de forma inconsciente, saboteaba sus relaciones por un miedo oculto a comprometerse y a ser abandonada, por lo que ella era la que las rompía evitando que lo hicieran sus parejas y huir así del abandono y la desvalorización personal. Todo ello se relacionaba también con unas circunstancias vividas en su infancia.
MÓNICA
Mónica acudió a nuestro consultorio con una tristeza sin foco aparente. Su vida transcurría de la forma habitual y no había ningún problema externo que ella relacionara con su estado depresivo. Ahondando en sí misma, Mónica descubrió que su carácter extremadamente complaciente, su necesidad de agradar a lxs demás y una generosidad mal entendida hacía que evitara cualquier enfrentamiento, cosa que había socavado gravemente su autoestima.
MARCOS
Marcos vino con un estado agudo de ansiedad y estrés laboral. Su carácter excesivamente responsable y exigente no hacía más que empeorar la situación y la imposibilidad de poner límites a una situación insostenible para él y su salud. A lo largo de su trabajo interno conectó con una creencia familiar en la que sentía que «el trabajo era sagrado y no se podía perder bajo ningún concepto». Esta creencia heredada le hacía aguantar todo tipo de presiones laborales, horarios imposibles y condiciones extremas.
Los procesos terapéuticos de estos clientes podrían haberse centrado solamente en disminuir y eliminar su malestar (ansiedad, desconfianza, baja autoestima, estrés…) y en algunos casos les habría ayudado a sentirse mejor, pero habría dejado sin revisar el origen de sus respectivos conflictos.
Podemos eliminar un síntoma, pero eso no tendrá ningún valor si dejamos su origen intacto y no escuchamos el mensaje que tiene que darnos
Tampoco habrían llegado a profundizar en lo que estos síntomas tenían que revelarles, aspectos muy importantes de su manera de actuar, de verse a sí mismos y de relacionarse con los demás, que les ha llevado a un aprendizaje y a evitar caer en los mismos patrones.
Para tratar una dificultad de forma seria y profunda, sea cual sea, inevitablemente deberemos ir tanto al encuentro de su origen como de los distintos elementos que intervienen en su desarrollo y funcionamiento. Si el trabajo se centra tan sólo en mejorar el síntoma, éste tendrá una probabilidad muy alta de volver a aparecer bajo la misma forma u otra distinta, frente al mismo estímulo o frente a otro.
Un trabajo terapéutico serio y profundo no se limita a eliminar malestares sin interesarse por el mensaje que éstos están tratando de revelar
Desde nuestra doble perspectiva (como profesionales y también como personas que nos hemos trabajado en profundidad a nivel interno como clientes) sabemos que vale la pena ir a curar la herida y no solamente poner una tirita que apacigüe temporalmente el dolor.
A pesar del miedo a tocar temas dolorosos, de la prisa que tengamos por estar bien, del natural desconocimiento de los mecanismos que hemos comentado, o de las resistencias que naturalmente podemos sentir ante un proceso personal, vale la pena comprometerse con unx mismx y realizar un trabajo completo y duradero que nos proporcione las herramientas adecuadas para enfrentarnos a las dificultades de la vida.