Nuestros hijos heredan de nosotros algo más que el color de ojos o la sonrisa: también heredan nuestros miedos, creencias, prejuicios, reacciones y actitudes menos sanas. Al nacer reciben un pack en el que va todo incluido: lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor, lo sano y lo neurótico.
Más allá de las responsabilidades más evidentes que recaen sobre madres y padres (bienestar, salud, seguridad, educación), hay otras más sutiles e igual de importantes de las que muchas veces no somos tan conscientes: somos también sus principales referentes emocionales, de comportamiento y actitudes ante la vida, por lo que una simple frase dicha sin demasiada atención puede tener más peso del que creemos: «No te subas ahí que te vas a caer», «quietecita estás más mona», «ya no te quiero», «hasta una niña saltaría desde ahí»…
Como hijas, nosotras también hemos heredado y vivido todo ese contenido por parte de nuestros padres. Muchas veces perpetuamos el mismo estilo de educación, mantenemos las mismas actitudes o repetimos las mismas frases que nos dijeron a nosotras. Así, ciertas creencias, miedos y comportamientos se van transmitiendo de generación en generación.
Las represiones que sufrimos de niñas son una carga que nos acompaña toda la vida
Algunas veces, los padres se rebelan al estilo de educación que recibieron y se sitúan en el extremo opuesto. En la época de nuestros abuelos y bisabuelos la tendencia era más bien estricta y autoritaria, lo que ha derivado en una generación de madres y padres permisivos, demasiado protectores y con dificultades para poner límites. El término «padres helicóptero« ha surgido para definir a esos padres y madres que sobrevuelan a sus hijos procurando que no les pase nada (probablemente como compensación a algunas carencias personales), aunque este tema merecería otro artículo más extenso.
Los niños aprenden a adaptarse a las circunstancias y demandas de su entorno para obtener el reconocimiento, la atención, la aprobación y el amor de las personas de referencia. Cuando ven qué actitudes son aprobadas o rechazadas se adaptan a ellas para evitar ser castigadas o provocar el enfado de sus padres. Por ello muchas veces acaban reprimiendo emociones, reacciones o actitudes perfectamente sanas y naturales para obtener reconocimiento o evitar problemas. Como madres y padres debemos saber que las consecuencias de estas represiones les acompañarán a lo largo de su vida.
Debemos saber también que nuestra personalidad se proyecta inevitablemente en la mirada que ponemos sobre nuestras hijas e hijos: un padre hiperactivo verá pereza en su hijo aunque éste actúe a un ritmo perfectamente sano y normal, una madre miedosa verá temeridad en su hjia aunque ésta esté realizando una actividad poco peligrosa…
La infancia y la adolescencia son períodos básicos de formación de la identidad, la personalidad y las emociones de cada persona, por lo que los problemas que aparecen en estos periodos deben ser tratados con la atención y el cuidado adecuados para evitar que tengan consecuencias negativas y repercutan en su vida.
En base a todo esto, debemos prestar mucha atención a cómo nos comunicamos con nuestros hijos. Hoy nos centraremos en algunos mensajes verbales a evitar:
A la mayoría de nosotras nos han educado en la represión de la rabia, y eso es lo que hemos acabado transmitiendo a nuestros hijos, a quienes normalmente censuramos y reprimimos cuando muestran su enfado. Esta represión deriva de nuestras emociones no resueltas y de una mala imagen de la ira a nivel social. La rabia es una emoción natural, sana y necesaria que tiene una importante función y que necesita ser expresada. Su represión puede dar lugar a adultos «ranas hervidas», con dificultades para confrontar y poner límites, excesivamente sumisos y adaptativos.
Por otro lado si somos demasiado complacientes para evitar que nuestras hijas se enfaden, de adultas tendrán serios problemas para tolerar la frustración, pudiendo desarrollar dificultades emocionales más serias.
¿Qué hacer?
No juzgar su emoción o las razones por las que se enfada. Acompañarle en su rabia o frustración y ofrecerle un espacio para poder descargarla: pegar a un cojín o gritar en él son buenas maneras de que se vacíe sin dañarse a sí misma o a alguien más. Una vez más calmada, podremos hablarle de manera tranquila. (Hace un tiempo dedicamos este artículo a los enfados y rabietas en la infancia)
«No hay para tanto», «te pones muy fea cuando lloras», «no ha sido nada», «no estés triste»… Si está alterado, llorando o disgustada, es que pasa algo. Cuando minimizamos su disgusto o su tristeza, lo que estamos haciendo es reprimir la expresión de sus emociones. El mensaje que recibe es que lo que le pasa no es importante, que sus emociones no tienen espacio, que está exagerando o que lo que siente debe reprimirse. Este mensaje por lo tanto, puede derivar en dificultades para manejar, contactar y expresar las propias emociones. También en baja autoestima, represión de sus necesidades o en una actitud de «no querer molestar» a las demás.
¿Qué hacer? Dejar que se exprese, escuchar, atender y acompañar en la emoción, sea cual sea. No pretender que siempre «esté bien» apartando las emociones menos agradables.
Las niñas son movidas, revoltosas y vitales. Si les decimos frecuentemente que estén quietas estamos dificultando su desarrollo físico y psicológico. El hecho de moverse, jugar y explorar no es un capricho sino una necesidad.
¿Qué hacer? Permitir que se muevan e interactúen con su entorno dentro de unas normas.
«Tienes que dar ejemplo a tus hermanos», «no te enfades con él, ¿no ves que es pequeño?», «déjale el cuento primero a tu hermana pequeña»… Aunque los hermanos mayores tengan más capacidad de comprender o gestionar según qué situaciones, no debemos olvidar que siguen siendo niños.
El mensaje que les enviamos con este tipo de comentarios es que el/la otro es más importante, que no hay espacio para sus propias emociones o necesidades (por ej. enfadarse con su hermano, tener un juguete el tiempo que quieran…). Los queremos convertir en pequeños adultos hiperresponsables y sumisos que «deben dar ejemplo» a costa de reprimirse.
¿Qué hacer? Evitar que todo gire alrededor del hermano pequeño. No exigirles responsabilidades excesivas, no obligarles a ceder siempre. Respetar sus necesidades y emociones al margen de su orden de nacimiento.
Rosa o azul, futbol o ballet, sensibilidad o valentía, princesa o superhéroe, belleza o inteligencia, coches o muñecas… Lo primero que le decimos a una niña es en referencia a su aspecto físico: «¡qué guapa eres! ¡qué vestido tan bonito…!» a un niño: «¿juegas a fútbol? ¿cuántas novias tienes?» Podríamos hacer una lista interminable de estereotipos de género que siguen vigentes y con mucha fuerza a nivel social.
Actualmente cargamos con las consecuencias de una educación y una sociedad tremendamente sexistas: las mujeres preocupadas por el físico y asumiendo roles cuidadores, sumisos o de servicio. Los hombres demostrando su «masculinidad», con actitudes competitivas, de poder y reprimiendo sus emociones. «Corres como una niña», «ese color no es para niños», «mira qué princesa», «los niños valientes no lloran», «pareces un niño con esa ropa»…
En el siguiente vídeo de un experimento que realizó la BBC, podemos observar cómo estos clichés siguen fuertemente arraigados en nuestros subconscientes: https://www.youtube.com/watch?v=Bj0fTHMXyok
Estos clichés tienen una enorme influencia en el crecimiento de los más pequeños, no sólo en su autoimagen y en qué habilidades aprenden, sino también en cómo se desarrolla su cerebro
Muchos de estos estereotipos se han instalado en nuestras creencias y están tan normalizados que ni siquiera nos damos cuenta de ellos. Debemos educar a nuestras hijas e hijos para garantizarles un desarrollo sano y libre, independientemente del sexo con el que han nacido. Una educación no sexista es aquella que no presupone roles, actitudes, cualidades o gustos por razón de sexo
¿Qué hacer? Estar atentxs a posibles modelos sexistas (lenguaje, roles, valores, etc…) que pueden estar vigentes en casa. No fomentar o inhibir actitudes según su sexo. No darle excesiva importancia al aspecto físico si es una niña, no reprimir las emociones en un niño. Observar los gustos y personalidad de cada uno independientemente de su sexo, aceptarlos y apoyarlos.
«Ya no te quiero», «eres fea», «si te portas así me pongo triste». No se nos ocurre algo más perjudicial para el desarrollo de un/a niñx que usar el amor como moneda. El amor no se negocia, es muy importante no hacer creer a nuestra hija que nuestro cariño depende de cómo se comporta o las cosas que dice o hace. Un niño tiene que sentirse querdida por sí mismo, por cómo y quién es y no por ser más o menos obediente, quieta o cumplir las expectativas de sus padres.
¿Qué hacer? No enviar mensajes que puedan poner en duda el amor hacia ellas. Cuidado, demostrar amor incondicional no quiere decir aprobar cualquier comportamiento: se pueden poner límites con firmeza pero siempre desde el cariño y no desde el rechazo o el chantaje emocional.
Nuestros miedos son una sombra que se proyecta sobre nuestras hijas: un padre con pocos medios económicos que teme que a su hijo le suceda lo mismo y le presiona excesivamente con sus estudios. Una madre con un aborto anterior que se preocupa en exceso por la salud de su siguiente hija. Un divorciado resentido que «previene» a sus hijos varones sobre «las mujeres»… Nuestros hijos interiorizarán nuestros miedos y los asumirán como propios.
¿Qué hacer? Revisar nuestros miedos y responsabilizarnos de ellos. Como padres podemos ofrecerles nuestras experiencias vitales pero debemos estar atentos a los miedos que les podemos estar inculcando. Darnos cuenta de que nuestros hijos no son nosotras y de que nuestra vida no es ni será como la suya.
Los mensajes poco sanos no siempre llegan de forma verbal. Como dice la expresión, «una imagen vale más que mil palabras»: de nada sirve tratar de inculcar una serie de valores o actitudes cuando sólo son palabras que no van acompañadas de ejemplo. No hablamos sólo de aspectos cotidianos como pueden ser los estudios o las responsabilidades en casa, sino también de actitudes y creencias a nivel profundo, (llamadas introyectos) que a veces no llegan a expresarse nunca de manera directa, pero que calan muy hondo en el plano emocional y psicológico de nuestras hijas.
Si quieres ser un buen maestro no enseñes lo que sabes, enseña lo que eres.
Tus hijos no harán lo que les dices, harán lo que te ven hacer. A. Jodorowsky
El mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros hijos es nuestro propio trabajo personal. Conocer y trabajar nuestros miedos, creencias y mecanismos menos sanos, nos ayudará a darles una educación más coherente, consciente y sana. Así podremos dejarles una mejor herencia emocional y psicológica y evitar que carguen con nuestros asuntos no resueltos.
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