El Eneagrama es una técnica que clasifica la personalidad en nueve carácteres llamados Eneatipos. Las divisiones se realizan a partir de heridas emocionales, actitudes y pautas infantiles que construyen la parte menos sana de nuestra personalidad y que acaban ocultando algunos de los recursos que todos tenemos. En relación a cada una de estas nueve actitudes neuróticas, se encuentran nueve virtudes a potenciar para conseguir restablecer el equilibrio. Puedes leer más entradas sobre Eneagrama en este enlace
En el artículo de hoy queremos hablar sobre el punto débil del eneatipo dos, el orgullo, y su virtud asociada: la humildad.
Una persona de eneatipo dos puede ser ese compañero de trabajo que siempre es el centro de atención y la alegría de todas las cenas de empresa, o esa persona que te llama «cariño» y quiere ser tu mejor amiga a los 5 minutos de conocerte. También esa madre entregada que lo da todo por sus hijos llegando incluso a enfermar por atender a los demás, ese seductor que va conquista tras conquista o esa amiga que siempre dice estar muy bien aunque sabes que está atravesando un momento muy difícil…
“Cuanto más dé, más me querrán. Si gusto, es que valgo“. Éste es el pensamiento con el que el eneatipo dos justifica su afán de dar, ayudar y gustar a los demás. Pero este tipo de carácter no siempre lo hace de manera desinteresada, sino como forma de sentirse importante, querido e imprescindible. Seduce con su simpatía y magnetismo, a veces de carácter romántico o sexual, a veces amistoso y servicial.
Su necesidad de amor y reconocimiento se traduce en ese ansia de seducción dirigida a gustar, a confirmar su «grandeza» a través de los demás y a mantener su imagen de buena persona. Si profundizamos en la actitud seductora del Eneatipo 2, podemos ver la carencia e inseguridad que se esconden detrás: se esfuerza en seducir a partir de las «armas» que posea (belleza, simpatía, inteligencia, humor…) pues en el fondo cree que no es suficiente, que no va a gustar por sí misma siendo simplemente tal y como es.
«Eneatipo 2» de Ana Roldán
«Entre todos los vestidos que yo he visto poner al orgullo, el que más me subleva es el de la humildad» dice Henry Mackenzie. Y es que el orgullo del Eneatipo 2 no siempre resulta evidente sino que se oculta bajo ese halo de entrega y humilde generosidad que engaña hasta al más perspicaz. De hecho, se engaña sobretodo a sí misma porque se siente generosa y llena de «regalos» para todo el mundo, fingiendo que puede con todo, que no necesita nada y entregando desde una falsa abundancia.
«A través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos»
Erich Fromm
En realidad, una persona orgullosa da para suplir su carencia y cuida por su necesidad de ser cuidado. Algunos tienen un aire aniñado y caprichoso, otras son sensuales y ligonas, otros se entregan a grandes causas humanitarias pero todos coinciden en sentirse especiales y únicas. Eso les hace creer que tienen privilegios y derechos distintos a los demás, como saltarse ciertas normas y ser el centro de atención. Suelen ser positivas, optimistas, transgresores y expertos en el arte de manipular para conseguir lo que quieren.
Para la RAE, la humildad es la «virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento». De acuerdo a esto, el orgullo es uno de los comportamientos más difíciles de detectar por una misma, puesto que para percibir un defecto hace falta hacerlo desde una cierta humildad, desde el reconocimiento de la propia carencia.
Hacerse a un lado, dejar al otro su espacio y estar en la escucha y la empatía son actitudes que demuestran humildad. ¡Qué difícil le resulta esto a un orgulloso! La verdadera empatía consiste en vaciarse de una misma para poder comprender al otro por muy involucrado que se encuentren los propios sentimientos.
Eso es tarea complicada para una persona llena de sí misma, puesto que vaciarse es dejar de lado aquello nuestro (un pensamiento, una emoción…) a lo que damos mucho significado. Aunque cree tener muy en cuenta al otro y estar en la escucha y en la ayuda, en realidad encuentra una gran dificultad para hacerlo de manera auténtica. Es como el que, al callar, sólo está esperando a que su interlocutor deje de hablar para poder decir lo suyo.
En su fantasía de saber lo que necesitan los demás, las personas de carácter dos dan su opinión, dicen “lo que hay que hacer” y ayudan sin que se les haya pedido. Desde esa superioridad muchas veces inconsciente, no son capaces de ver su ayuda como lo que realmente es: una invasión al otro, un «apártate que ya te salvo yo», en una total negación de las capacidades, recursos y elecciones de la otra persona.
Trabajar la humildad será imprescindible para estar más en la atención, en la observación y en un silencio interno que permita respetar al otro, verle como un igual y ayudar sólo si se lo piden (y aún así, ¡con mucho cuidado!).
«Cuanto más te muestres superior, inteligente y prepotente,
más te vuelves prisionero de tu propia imagen
y vives en un mundo de tensión e ilusiones»
de «El silencio interno», texto Taoísta
Como decimos a menudo, nuestros comportamientos, emociones y mecanismos menos sanos pueden estar en un plano muy profundo, de manera que permanecen ocultos hasta que emprendemos un camino de autoconocimiento, por lo que la mayoría de las veces una persona orgullosa o no sabe que lo es, o bien conoce sólo una pequeña parte de su orgullo sin ser capaz de ver las consecuencias que produce en su vida y relaciones.
Con humildad, reconociendo las propias carencias, poniendo atención y energía en uno mismo y no en aparentar, como dice Gurdjieff en su consejo número 41 se puede transformar el orgullo en algo más positivo: la dignidad. A medida que una persona orgullosa se va acercando a la humildad va siendo más capaz de:
-darse a sí misma el amor que busca y reclama en las demás
-tolerar el no agradar a alguien
-dejar de mirar afuera y hacerlo más a sí mismo
-expresar y pedir directamente en lugar de manipular
-tolerar mejor la soledad
-opinar y juzgar menos
-no actuar como cree que los demás esperan y hacer lo que siente de verdad
-reconocer los propios errores y carencias
-darse cuenta que no sabe lo que las demás necesitan y respetar el espacio y los recursos ajenos
-reducir su necesidad de seducir y gustar a todo el mundo
-necesitar menos atención externa, ponerse en segundo plano
-reducir su pretensión de ser «más y mejor»
-contactar con sus propias necesidades en lugar de proyectarlas en las demás
-ver de verdad al otro y estar más en la escucha
-dar de de manera desinteresada
-dejar de invadir desde la superioridad creyendo estar en una actitud de ayuda
A partir de un profundo trabajo interno y ya más alejadas de las tendencias neuróticas de su carácter, las personas de Eneatipo 2 se alejan del foco de atención, relacionándose de igual a igual con los demás y acercándose a sí mismas y a sus verdaderas emociones. Desde un mayor autocuidado y con actitudes más auténticas y humildes, se revelan como cercanas, tolerantes, auténticas, empáticas, generosas, positivas y con capacidad de liderazgo.