Cuando decidimos acudir a psicoterapia es porque hemos detectado alguna dificultad que nos incomoda, nos daña o no nos permite relacionarnos de manera sana. El proceso terapéutico nos lleva a transformar estas dificultades, pero para ello a veces es necesario abrir temas dolorosos, cuestionarnos a nosotras mismas y trabajar emociones que no son fáciles de transitar.
Por esta razón, junto a la voluntad de evolucionar, aprender y transformar, también se despierta una emoción defensiva, el miedo: miedo a tocar temas dolorosos, miedo a no conseguirlo, a cuestionarnos según qué, a «desmontarnos», al cambio, a lo desconocido… y este miedo, muchas veces oculto, hace que a veces nos resistamos a descubrir una nueva manera de vivir y de vivirnos. De esta manera, en nuestro interior se encuentran dos partes enfrentadas: una que desea el cambio y se esfuerza por avanzar, y la otra que se resiste a ello y pone barreras e impedimentos para evitar nuestro progreso.
Las resistencias son los obstáculos y mecanismos que inconscientemente creamos para boicotear nuestro propio avance
Suelo decir que estas resistencias aparecen porque «el dragón se defiende», en el sentido que nuestra parte neurótica (también llamado «ego» en Gestalt) y que está formada por nuestras conductas, creencias y reacciones menos sanas, está luchando por sobrevivir, por que las cosas sigan como hasta ahora. Y como el dragón lleva mucho tiempo al mando y es muy astuto, conoce muchas estrategias y maneras de hacerlo.
El miedo al cambio me enfrenta al vacío, a lo desconocido, y hace que me pregunte qué pasará si dejo de hacer lo que llevo tanto tiempo haciendo: «¿qué pasará si empiezo a mostrar mi vulnerabilidad?» o «¿me querrán igual si dejo de cuidar a todo el mundo?» o «¿qué seré yo si dejo de victimizarme?» o «¿qué pasará si me permito decir que no?».
A veces el miedo al cambio es tan grande, que inconscientemente no queremos cambiar. Otras veces la conducta neurótica aporta demasiados «beneficios» como para dejarla ir
Tomando los ejemplos anteriores, seguir escondiendo mi vulnerabilidad me permitirá, por ejemplo, mantener mi máscara de «fuerte». Seguir sintiéndome una víctima me permitirá continuar sin responsabilizarme de verdad de mi vida y seguir obteniendo atención. Si continúo sin decir que no, podré mantener mi imagen de persona buena y generosa para que los demás me validen… Nunca permanecemos en una conducta si no nos produce algún beneficio (aunque en realidad sea poco sano para nosotros).
Hay algunas personas que sin saberlo, sienten mucho miedo ante la idea de «estar bien». Este hecho (que de entrada puede parecer extraño) se da en un plano muy inconsciente y puede explicarse a partir de un par de premisas: si estoy bien, tendré que enfrentarme a algunas cosas que, «estando mal», me doy permiso (o me lo dan) para evitar. Si estoy bien, no tendré más remedio que responsabilizarme de mi propia vida.
También el miedo a «curarse» se puede dar desde una profunda falta de autoestima y la creencia de no merecer la felicidad, de no sentirse con derecho a disfrutar de la vida. Estas personas suelen abandonar su proceso terapéutico antes de finalizarlo a partir de alguna de las justificaciones que exponemos más adelante.
Esta resistencia también puede darse desde una necesidad de perpetuar una actitud de victimización, una visión dramática del mundo y la creencia de que «todo me pasa a mí». Hay personas (las que menos) que pueden llegar a acudir a terapia para confirmar que «no hay solución» y así dar más argumentos a la parte neurótica que se erige en víctima del mundo, de las circunstancias y de las demás: «lo he intentado, pero ni siquiera la terapia me puede salvar».
Algunas resistencias se ponen de manifiesto de manera muy sutil, otras de forma más evidente y clara, pero todas con una misma finalidad: la evitación de algo que es percibido como peligroso, invasivo o doloroso. El dragón, pues, se defiende del cambio, de lo que resulta difícil admitir, de lo que le debilita y a veces también de la terapeuta, quien le confronta y muestra su verdadero aspecto.
Por poner algunos ejemplos, algunas formas sutiles (por pasar más desapercibidas) de resistencias en terapia podrían ser:
– Evitar entrar en temas o emociones determinadas
– Desautorizar al terapeuta de manera abierta o internamente
– Responsabilizar de las propias dificultades a las demás o a las circunstancias
– Intelectualizar para evitar sentir lo que está pasando a nivel emocional
– Cambiar de tema, trivializar, ironizar…
– No reconocer los propios progresos o recursos
– «Olvidar» algo descubierto en el proceso terapéutico
– Rechazar alguna propuesta de trabajo ofrecido por el terapeuta
– Decir lo que se cree que la terapeuta quiere oír en lugar de lo que se piensa o siente de verdad
– Rechazar los comentarios del terapeuta o discutirlos sistemáticamente
– Abandonar el proceso antes de finalizarlo
Las resistencias también toman la forma de justificaciones tanto para evitar empezar una terapia como para abandonar la ya iniciada. Algunas de las más frecuentes:
Aunque es cierto que el día a día nos empuja a llevar un ritmo muy elevado, la falta de tiempo suele ser una frecuente vía de escape. No encontrar tan sólo una hora semanal o quincenal para nuestro proceso terapéutico es una manera clara de escaparnos de nosotras mismas.
La razón que nos llevó a plantearnos iniciar la terapia, queda camuflada bajo excusas de tipo «no hay para tanto», «no estoy tan mal», «yo soy así», «en realidad no me hace falta…»
Que se establezca una relación cercana y de confianza entre terapeuta y cliente es primordial para el buen funcionamiento del proceso terapéutico. Ahora bien, aunque puede darse en alguna ocasión que la relación no sea lo suficientemente fluida, hay personas que usan este argumento para desautorizar inconscientemente a la profesional.
Si voy en busca del «terapeuta perfecto» o le pongo unas expectativas inalcanzables, me aseguro de no encontrar ninguno que me convenza y así puedo justificar mi incapacidad de comprometerme o de enfrentarme conmigo mismo (y además, parecerá que no es culpa mía)..
A veces, ante la dificultad de confrontar directamente, la persona empieza a «desaparecer» de la terapia de forma paulatina con la intención de que su abandono sea menos evidente. Sí, a veces se puede averiar el metro o nos podemos poner enfermas, pero si llegamos con retraso u olvidamos nuestras sesiones de manera frecuente, nos encontramos ante una resistencia.
En algunos casos muy concretos puede ser positivo estar un tiempo sin sesiones, cuando el terapeuta lo ve adecuado y el descanso responde a un trabajo en sí mismo. No obstante, la mayor parte de las veces el supuesto unilateral de tomarse un tiempo de descanso acaba en abandono definitivo o siendo una forma poco confrontativa de dejar la terapia.
Las razones que pueden exponerse para parar un tiempo (falta de tiempo, de dinero u otras de las descritas en este artículo) en muchos casos son autojustificaciones que suelen esconder resistencias más profundas. Al ir pasando el tiempo, el compromiso de retomar la terapia para finalizarla se acaba diluyendo y la persona suele contactar con la «comodidad» de no exponerse a sí misma y a sus conflictos.
Muchas veces, cuando el síntoma que nos lleva a terapia mejora, creemos que el proceso ha terminado y que no tiene sentido continuar el trabajo. Una terapia seria es un proceso que abarca otras cosas además de los síntomas que han mejorado y que no se completa hasta que no se revisan, trabajan e integran una serie de elementos importantes más profundos como por ejemplo, trabajar sobre el origen de los síntomas aparecidos. Otros factores importantes a revisar serán las creencias, emociones, relaciones personales, padres, experiencias vitales, etc…
Aunque estemos atravesando dificultades económicas, la falta de dinero puede ser otra manera de justificar nuestras resistencias. Las terapeutas solemos estar abiertas a revisar el acuerdo económico o la periodicidad de las sesiones cuando las circunstancias del cliente cambian o cuando una persona que quiere realizar terapia tiene unas condiciones económicas limitadas.
Todo cambio importante requiere un proceso, pero algunas pretenden modificar conductas de toda una vida en unos pocos meses. Si bien es cierto que el ritmo de trabajo depende de cada persona, la terapia es un proceso en el que cada sesión es una pieza que forma parte de un todo.
Si el proceso se abandona antes de finalizar, quedarán elementos pendientes de trabajar y cerrar. La creencia de que no está sirviendo o de que es demasiado lenta, puede ser una resistencia creada por la impaciencia, el miedo, la exigencia o unas expectativas irreales.
No hay que pensar que estos mecanismos bloquean por completo el proceso, sino que a pesar de ellos el trabajo terapéutico sigue dando sus frutos.
Los terapeutas respetamos y trabajamos con las resistencias de nuestros clientes como reacciones defensivas que son. Al detectarlas, las mostramos en el momento adecuado para ayudar en la toma de conciencia de dichos autoboicots. Por ejemplo, una persona con baja autoestima, inconscientemente puede «negarse» a reconocer los progresos conseguidos o el buen trabajo realizado en una sesión. La terapeuta puede mostrárselo como reflejo de su incapacidad para ver su propia valía, e iniciar a partir de ahí un trabajo que le ayude a darse cuenta de cómo se boicotea tanto en el proceso terapéutico como en su vida.
Las resistencias en psicoterapia, por lo tanto, muchas veces son la expresión de los mecanismos defensivos que mantenemos en la vida y a pesar de su intención boicoteadora, se pueden convertir en grandes aliadas si se encauzan de la manera adecuada.