Cuando decimos que una persona tiene mucho ego, lo hacemos para indicar que es vanidosa, orgullosa o engreída. En algunos enfoques psicoterapéuticos, la palabra «ego» en cambio, no sólo se refiere al orgullo sino que abarca todos aquellos comportamientos, impulsos y defensas conscientes o inconscientes que nos provocan sufrimiento y nos alejan de nuestro estado natural de bienestar.
¿CÓMO SE DESARROLLA EL EGO?
Cuando somos niños, estamos totalmente expuestos ante el mundo, frágiles y sin recursos para defendernos ni física ni emocionalmente. Aunque crezcamos en un entorno que nos dé cuidados y amor, pronto aprendemos que la vida también es dolorosa y frustrante y que todas nuestras necesidades no siempre quedan cubiertas.
Tarde o temprano nos damos cuenta de que el deseo de ser vistas, de recibir atención y reconocimiento por parte de nuestros padres, a veces no puede cumplirse en el momento que queremos ni de la manera que necesitamos. Papá y mamá muchas veces no llegan a todo, y muchas otras (aunque en algunos casos demasiado pocas) nos dicen «no».
Y entonces aprendo que si soy buena y no me enfado, me dicen más a menudo lo bien que me porto. Que si soy aplicado y me esfuerzo al máximo en todo, me premian más. Que si hago trastadas y me rebelo, me prestan atención. Que si me muestro desvalida me vienen a consolar, o que si no lloro ni enseño mi miedo, me felicitan por ser fuerte y valiente… y es aquí donde empieza a desarrollarse nuestro ego, a formarse una máscara con una manera determinada de actuar que nos ayudará a «sobrevivir» y a conseguir aquello que deseamos, aunque no siempre de la manera más sana para nosotros.
A medida que vamos creciendo, estas actitudes se consolidan, se enquistan y crean unos mecanismos prácticamente automáticos con los que reaccionamos ante las situaciones que vivimos.
Por ejemplo: la niña que aprendió a no enfadarse, de adulta sigue «portándose bien», sigue evitando mostrar su desagrado o rabia para sentirse más aceptada por todos (a pesar de que en realidad lo que hace es pasar por alto sus necesidades, opiniones y límites).
El niño que aprendió a no llorar, de adulto sigue reprimiendo sus sentimientos para que los demás no le vean vulnerable ni débil (aunque en realidad está perdiendo el contacto con sus verdaderas emociones).
La niña que se mostraba desvalida, sigue en su papel de víctima para evitar responsabilidades y obtener la atención y el cariño de los demás (a pesar de ser una forma de manipulación que le quita poder de decisión y fuerza)
Estos mecanismos son nuestra respuesta ante la frustración, nuestra manera de sentirnos vistos. Todas y cada una de nosotras hemos construído un ego, una máscara, aunque algunas de ellas sean más visibles o reconocibles que otras.
Nuestra máscara es tan profunda e inconsciente que acabamos fusionándonos con ella, creyendo que es parte de nuestro carácter, de nuestra esencia… El Eneagrama es una interesante y poderosa técnica que estudia la formación y características de dichas máscaras y las clasifica en 9 tipos diferentes. Puedes leer sobre Eneagrama en este artículo: