Seguro que alguna vez has tenido la sensación de que tu interlocutor no te escuchaba demasiado, no decía las cosas claramente o que parecía llevar un discurso estudiado. Es posible que reconozcas alguno de estos comportamientos en personas de tu entorno más directo… ¡y es más que probable que tú misma los uses más a menudo de lo que crees!
La comunicación verbal puede ser el caldo de cultivo perfecto para dar rienda suelta a nuestras neuras, tanto a la hora de expresar algo como de entender la información que recibimos.
A continuación te ofrecemos algunos puntos a tener en cuenta para comunicarnos de manera más honesta, efectiva y responsable:
Ésta es una expresión que suelo usar en terapia (sobre todo con parejas), porque una cosa es lo que tú me dices y otra muy distinta, lo que yo creo que tú me dices. En realidad, lo que la frase viene a decir es «fíjate en lo evidente y no hagas interpretaciones».
Si me pongo las orejas de entender, me esforzaré en comprenderte, en destacar lo obvio de lo que me estás diciendo y estaré atentx a no realizar interpretaciones neuróticas. Si llevo las de contestar, difícilmente recibiré tu mensaje de manera objetiva porque estaré enfrascado en mi propio discurso o respuesta, y filtrando a mi manera lo que me estás diciendo.
Tomemos como ejemplo esta conversación entre A y B:
– A: «No siento lo mismo que antes»
– B: «¡Ya no me quieres! »
Puede ser que el mensaje de A fuera bien distinto del que B ha entendido, pero sus «orejas de contestar» lo han interpretado así: «en realidad lo que me está diciendo es que ya no me quiere»
La búsqueda del «significado oculto» de los mensajes nos lleva a un mar de suposiciones, neuras, dudas, malas interpretaciones y malestares (y en cualquier caso, la responsabilidad de hacer llegar el mensaje de manera clara es del que lo expresa…!)
Recuperar la auténtica escucha pasa por recoger lo obvio de lo que tú me está diciendo y aprender a separarlo de lo que mis neuróticas «orejas de contestar» quieren interpretar.
Parece algo muy obvio, pero muchas veces nos olvidamos de escuchar y parece que sólo callamos para poder responder. Si llevamos puestas las orejas de contestar, estamos más preocupadas de nuestra propia respuesta que de comprender lo que nos están diciendo.
Escuchar de verdad también nos ayudará a empatizar con el otro, pero cuidado: empatizar no significa justificar a la otra persona, sino poder acercarnos a comprender sus necesidades, circunstancias y motivaciones. Se puede empatizar con alguien sin estar de acuerdo o sin tener que llegar a ningún pacto.
Frecuentemente caemos en el gran fallo de culpabilizar al otro de lo que estamos sintiendo, sacudiéndonos la responsabilidad de nuestras emociones: «me haces sentir mal», «por tu culpa estoy triste», «me has hecho daño», etc…
Si consigo respetar tu libertad de hacer o decir lo que quieras, también me daré cuenta de que lo que eso me haga sentir a mí, es responsabilidad mía y no tuya.
Aunque las palabras de tu interlocutor te hieran, ¡eso no significa que su intención fuera la de hacerlo…! (si yo rechazo una invitación, por ejemplo, no lo hago con la intención de herir a quien me ha invitado, aunque éste pueda sentirse mal por ello) Y si su intención es la de herirte y lo hace, él es responsable de querer herirte, y tu de sentirte herido.
Una forma de cambiar las expresiones de manera más responsable y menos acusatoria sería, por ejemplo:
– «Tú me haces sentir mal» por «Cuando tú haces esto, yo me siento mal»
– «Por tu culpa estoy triste» por «Siento tristeza cuando dices eso»
– «Me has hecho daño» por «Yo me siento dolida«
Si lo expreso así, respeto tu libertad de decir lo que necesitas mientras que yo me hago responsable de lo que siento con ello, sin culparte.
A Marta no le apetece ir mañana a comer a casa de sus suegros, pero en lugar de expresarlo directamente, dice: «Dicen que mañana va a llover, mejor no salgamos de casa»
Hay personas tan poco claras a la hora de expresarse que nunca acaban de decir lo que realmente quieren. Si les preguntas, dirán que en realidad no les importa tanto o que lo hacen para ser diplomáticxs y no herir a nadie… Estas personas muestran una actitud pasiva que se caracteriza por no expresar los propios pensamientos o necesidades por creerlos menos importantes que los de los demás, para evitar conflictos o para quedar bien. También podrán usar bromas o ironías… cualquier cosa para evitar una expresión directa (que les hace sentir demasiado expuestos).
Expresar de forma asertiva nos ayuda a valorarnos a nosotras mismas, a nuestras opiniones y a responsabilizamos de lo que queremos
Aunque hay una gran distancia entre ambas conductas, algunas personas pueden confundir la asertividad con la agresividad. La actitud agresiva se sitúa en el otro extremo de la pasiva: es ofensiva, irrespetuosa, intimidante y pretende imponer algo situándose por encima del otro. Ser asertivo, por el contrario, es expresar algún deseo, opinión o necesidad de manera directa, clara y serena pero firme y mostrando respeto hacia las demás.
– Agresiva: «¿Pero qué te has creído, quién eres tú para gritarme a mí? ¡Eres una histérica! »
– Asertiva: » No me gusta que me grites, por favor háblame de manera normal «
(el pasivo no dirá nada y simplemente se irá…)