¿Eres de los que les cuesta expresar su desagrado? Confrontar o enfrentar es situarse frente a algo, también manifestar lo que se siente o se piensa ante otra persona, sea este pensamiento o emoción positivo o negativo, agradable o desagradable.
Teniendo en cuenta que normalmente lo que más cuesta manifestar es el desagrado ante algo, (aunque expresar amor frecuentemente también presenta problemas) es habitual tener dificultades en confrontar lo que no nos gusta.
No ayuda que la mayoría hayamos sido educadas en la evitación del conflicto: «no te enfades» «sé buena» «hay que quedar bien» y un sinfín de mensajes que nos han quedado grabados ya desde niños.
El miedo a lo que piense el otro, a hacer daño, al qué dirán, a perder su cariño, a parecer mala… nos dificulta aún más la tarea.
En relación a esta evitación del conflicto, Satir y Shostrom diferencian cuatro formas de manipulación que (consciente o inconscientemente) usamos para escapar de él:
1. APACIGUADORA: Pacificar, suavizar las diferencias, ser simpático, protector, defender a otros, encubrir, disimular: «No pasa nada», «En el fondo estamos diciendo lo mismo»…
2. EVASIVA: No decir nada, simular que no lo entiendo, hacer ver que no me afecta, cambiar de tema, aparentar debilidad. Es un intento de que las demás resuelvan lo que yo no puedo (o más bien lo que no quiero): «No me he enterado» «No lo puedo evitar»…
3. INCULPADORA: Juzgar, intimidar, comparar, quejarse, buscar culpables: «Siempre es culpa tuya», «Tú nunca…» «Él siempre…» Pretender que el otro haga lo que yo quiero
4. PREDICADORA: Instruir, recurrir a la autoridad exterior, «Tú deberías…», «Tú tienes que…» demostrar que estoy en lo cierto mediante explicaciones o la lógica: «Lo que realmente estás haciendo es…»
¿En cuáles te sientes tú identificado?
Cada una de estas 4 maneras tiene muchas variaciones y combinaciones, y si bien es cierto que podemos tener una de estas tendencias más marcada, frecuentemente nos situamos en una u otra dependiendo del contexto y de las personas implicadas.
Pero ¿qué sucede cuando no expresamos algo que sentimos o pensamos por evitar un conflicto? Que de una u otra manera nos perjudicamos a nosotras mismas, viéndonos obligadas a hacer cosas que no queremos o a permanecer en situaciones que nos afectan negativamente. Otra mala noticia es que no lograremos escapar de sus consecuencias, ya que a un nivel más profundo lo que estamos haciendo al eludir un conflicto es:
– Desatender nuestras necesidades y deseos reales
– Priorizar la voluntad u opinión de los demás a las propias
– Hacer perdurar nuestro malestar ante ese tema
– Menospreciar nuestras opiniones y sentimientos
– No asumir la responsabilidad en los propios pensamientos y emociones
– Limitar nuestra conciencia y experiencia, escogiendo sólo lo «positivo» o «agradable»
– No aceptar la realidad
– Evitar un contacto directo y sincero con los demás
– No gestionar correctamente nuestras emociones
Las emociones y pensamientos que no son expresados, lejos de desaparecer, tienden a empeorar y nos afectarán hasta que no sean reconocidos y confrontados de verdad.
Ante una situación de conflicto con alguien, para realizar una confrontación sana, antes de empezar observa si tienes algún pensamiento sobre cómo irá la conversación, lo que pensará la otra persona, qué ocurrirá, etc…, y date cuenta de que sólo son fantasías.
1. Observa si estás usando alguna de las formas manipulativas del inicio del articulo. Si es así, para y tómate un momento.
2. Contacta con tus emociones. ¿Qué sientes? Toma conciencia de ello, de qué necesitas y qué quieres de la situación.
3. Exprésalo de la manera más clara y sincera posible. Confronta desde el corazón, no lo vivas como una lucha o algo agresivo.
4. Escucha a la otra persona y ten en cuenta sus sentimientos y deseos. Date cuenta si también está usando alguna forma manipulativa
5. Si es posible, intenta llegar a un acuerdo o solución.
Cuando confronto me tengo en cuenta, me atiendo, acepto las cosas como son y me doy la oportunidad de responsabilizarme de mi bienestar. También pongo en práctica mi capacidad de solucionar conflictos, enfrentándolos de una manera sana y madura y sin caer en manipulaciones.
Todo esto me otorga libertad para encarar las experiencias que antes no era capaz y me ayuda a relacionarme con las demás de una manera más auténtica y real, haciéndome crecer como persona.