GESTIÓN/INTELIGENCIA EMOCIONAL
La Rae dice que egoísmo es «Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás» . Visto así, de entrada «egoísmo bueno» suena contradictorio, ¿verdad?
Suena contradictorio porque vivimos en una sociedad donde se propicia la mirada a afuera en lugar de adentro. Donde está bien visto atender los deseos de los demás sin tener en cuenta los propios. Donde hay que correr al rescate del otro aunque nuestras propias necesidades sean más importantes o urgentes… y si no lo haces, encima te sientes culpable y abandonador (¡y, naturalmente, te llaman egoísta!).
El cuidado de una misma y la atención de las propias necesidades se confunde con excesiva individualidad y egocentrismo, pero ¿es posible que exista un egoísmo bueno, que implique tenerme en cuenta tanto a mí como a las demás?
De manera inconsciente, muchas veces ofrecemos y atendemos para sentirnos queridos, importantes o necesitados: en la infancia buscamos constantemente el reconocimiento de nuestros padres como manera de sentirnos relevantes, necesitamos ser vistas por ellos para confirmar nuestro propio valor. Si esta actitud, al madurar, no se vuelve hacia uno mismo (es decir, que el reconocimiento se encuentre en cada una y no en el exterior), puede suceder que sin saberlo estemos repitiendo el modelo infantil de obtener el cariño de los demás como manera de reafirmarnos, buscando el reconocimiento de «papá y mamá» en la atención a las personas que nos rodean (y en la desatención de lo propio).
Lo neurótico radica en esta búsqueda del amor y del reconocimiento a través de los demás (que nadie se ofenda: todos los seres humanos somos neuróticos…)
Sin darnos cuenta, también es posible que llevemos un listado de «favores hechos» que las ayudadas deberán devolvernos algún día o también las tacharemos de egoístas o de personas en las que no se puede confiar. «Fíjate, con lo que yo he hecho por ella!»
Frecuentemente se tiende a pensar que los demás están en el deber de hacer lo mismo, lo que demuestra que en el fondo no es un acto tan generoso sino algo interesado: te doy para que me lo devuelvas.
(Imagen de photosbynatalie)
También puede ser determinante la creencia de que ser bueno significa satisfacer las expectativas de los demás, ser sumiso y no dar problemas. Como todo, los extremos siempre son nocivos: tan perjudicial es sólo pensar en uno mismo como no hacerlo nunca. Esta actitud, aunque presente en ambos sexos, se encuentra más en mujeres, a las que la educación patriarcal ha inculcado durante muchas generaciones que para ser buena hay que ser cuidadora, sacrificada y priorizar las necesidades ajenas a las propias.
Es obvio que no todo el mundo es así, pero lo cierto es que este «sacrificio» y «entrega» mal entendidos están muy aceptados. Esta actitud también se encuentra unida a la dificultad y/o el miedo de contactar con las propias necesidades.
La reflexión es simple: ¿cómo voy a saber las necesidades de los demás si desconozco las mías? ¿Cómo voy a dar si no me lleno yo antes? ¿Cómo voy a querer si no me quiero yo? ¿Cómo voy a cuidar a alguien si no me cuido yo?
El cuidado desde la carencia es una cáscara vacía, es ofrecer algo que en el fondo no tengo y difícilmente podré dar al otro sin dañarme de alguna manera. Es como intentar servir agua de una botella vacía.
«estoy agotada, pero voy a quedar con una amiga que tiene una crisis de pareja»
«no me encuentro bien pero voy a hacer de canguro de mis sobrinos»
«me apetece dedicarme un día a mí, pero tengo que preparar la comida para toda la familia como cada domingo»
«necesito descansar, pero tengo que cuidar de mis nietos todo el tiempo»
«necesito ayuda/hablar pero no quiero molestar a nadie con mis problemas» ….
¿Y si acepto mi necesidad y la atiendo? ¿y si escojo cuidarme y quedar al día siguiente, hacer de canguro otro día, descansar si me hace falta… y me comprometo con el otro al 100% el día que lo pueda/quiera hacer de verdad?
Si yo me cuido, indirectamente también te estoy cuidando a ti: si no te ofrezco desde mi carencia te estoy ofreciendo algo mejor, más auténtico, verdadero y comprometido, no influenciado por introyectos, convenciones sociales y sin esperar algo a cambio.
Para las que (a pesar de todo) han entendido que estamos animando a ser egoístas «de los malos»: atender, dar, cuidar, compartir y ofrecer está muy bien, pero siempre que sea desde la autenticidad y el respeto a una misma, sin traicionar las propias necesidades o deseos.
Hay que encontrar un equilibrio en el que yo dé cuando pueda y quiera dar, en el que sea capaz de darme permiso a cuidarme y a contactar con mis necesidades. En el que pueda establecer límites, respetarme y elegir cuándo sí y cuándo no, en el que me permita a veces estar para los demás y a veces para mí.
Algunos beneficios del egoísmo bueno:
– alimenta la autoestima
– hace que me sitúe en una posición de igualdad frente las demás
– fomenta el respeto hacia las propias necesidades
– construye relaciones más sanas y verdaderas
– me ayuda a tenerme en cuenta
– fomenta la honestidad conmigo y lxs demás
– me ayuda a atenderme a mí y a atenderte (libremente) a ti
Si te sientes identificada en algún punto, la próxima vez que te encuentres ante una situación similar, hazte las siguientes preguntas:
– ¿Estoy actuando motivado por el hecho de «quedar bien«?
– ¿Estoy teniendo en cuenta mis propias necesidades y deseos?
– ¿Me da miedo lo que pueda pasar si digo que no?
– ¿Me sale del corazón prestar esta ayuda o me siento obligadx?
– ¿Estoy en condiciones de ofrecerla?
– ¿Qué necesito o qué me apetece en realidad?
también…
– ¿Evito el pedir a las demás por no molestar, pero salgo corriendo al rescate cuando alguien me necesita?
– ¿Llevo sin darme cuenta (o conscientemente) un listado de «favores debidos»?
– ¿Si quiero o necesito algo, soy capaz de responsabilizarme y pedirlo o bien espero que los demás lo adivinen?
– ¿Soy capaz de respetar los deseos, necesidades o circunstancias de la otra persona cuando le pido algo y me dice que no?
– ¿Estoy dando porque eso me hace sentir importante o imprescindible para esa persona?
Contestarte sinceramente a estas preguntas te puede ayudar a poner conciencia a cuándo estás dando de corazón y cuándo desde lo neurótico o la convención social y a decidir en consecuencia.
Atrévete a cuidarte, a quererte, a poner límites y a escapar del «quedar bien». Cuando puedas decir tanto «sí» como «no» desde el corazón, puede ser que algunos te llamen egoísta o te digan que has cambiado… y sí, ¡alégrate por ello!