¿Cómo gestiono mi tristeza? ¿Cómo puedo sobrellevar el miedo? ¿Qué hago con mi rabia? La gestión de las emociones está entre los primeros motivos de consulta y es la principal causa de muchos malestares.
Las emociones siempre están presentes en nosotros. Nos acompañan las 24 horas, en todo momento, circunstancia y a lo largo de toda la vida, aunque a veces no nos demos cuenta de ello. Ante cualquier estímulo o situación, existe una respuesta emocional.
Una emoción, por mucho que lo intentemos, no se puede eliminar. Cuando no es reconocida o bien gestionada, lejos de desaparecer, se “pone a la cola» de las emociones no resueltas, esperando su turno a ser reconocido. Cuando el tiempo va pasando y esa emoción sigue sin ser gestionada (y a ella se le suman más emociones evitadas), puede llegar a enquistarse y dar paso a diferentes síntomas, somatizaciones, malestares mayores o dificultades emocionales más serias.
Hay distintas formas de evitar el sentir (de hecho, hay tantas como personas, cada uno lo hace a su manera!), por poner dos ejemplos:
«alegría, felicidad, amor, compasión, unión, ternura, etc… las emociones «malas» me dan miedo, son desagradables y más difíciles de gestionar. Al fin y al cabo, desaparecerán de una manera u otra, sólo se trata de no hacerles caso…»
Aquí se evitan las emociones menos agradables, la cola a gestionar de este tipo de contenido será muy larga, antigua y pesada, puesto que vivir implica sentir, irremediablemente, emociones amargas. Por desgracia la evitación de la rabia y la agresividad (emociones totalmente normales en cualquier persona) es especialmente frecuente en mujeres, que por convenciones sociales han recibido el mensaje que expresar su rabia “es malo” o es “cosa de hombres”.
Evitar las emociones menos agradables nos distancia de la realidad, de la correcta gestión de los conflictos que nos encontramos en la vida y también de nuestra vulnerabilidad. ¡No estar bien también está bien!
«La rabia, el rencor y la ira son las que ya conozco y me funcionan. La ternura y la alegría me hacen sentir débil, no quiero que los demás crean que soy un «flojo»
Aquí pasa todo lo contrario: quizás esa persona que está cómoda en la rabia sí siente amor, compasión, etc… pero al no querer o poder exteriorizarlo, la agresividad se establece como su forma de relacionarse con el mundo. El tener una conducta defensiva y de agresividad como actitud vital puede estar escondiendo, por ejemplo, mucho miedo al rechazo.
Hay personas que se “enganchan” a emociones como la tristeza, la rabia, etc… y que finalmente acaban construyendo su zona de confort emocional en ese terreno que les es conocido, por insano que sea. Aunque no es lo más habitual, no siempre las emociones evitadas son las amargas.
Como habrás podido ver, no entramos en juicios de valor con respecto a los sentimientos, y por eso los nombramos como dulces o amargos o más agradables o menos agradables. Un estar bien ficticio es perjudicial, mientras que una tristeza verdadera no lo es.
Ninguna emoción es mejor o peor, buena o mala en sí misma.
Otras maneras frecuentes de inhibir emociones:
– evitar situaciones que me producen miedo
– ser victimista
– no sentirme merecedor de cosas positivas
– culpar a los demás de mi infelicidad
– no aceptar ayuda
– pretender ser perfecto/a
– no abrirme a los demás
– pretender caer bien a todo el mundo
– no expresar mi desagrado ante algo
– pretender salvar a los demás
– no tener en cuenta mis necesidades
– no confiar
– imponer mis opiniones y maneras de hacer las cosas
– ser dependiente
– ser excesivamente independiente
– consumir alcohol o drogas como evasión…
… y un larguísimo etcétera.
Puede ser que en mi familia esa emoción no estuviera aceptada, a lo mejor tengo la fantasía que me va a llevar a extremos que no podré controlar, quizás me da miedo por alguna experiencia del pasado, a lo mejor sentir esa emoción hace que me juzgue a mí mismo/a de alguna manera…
El evitar o inhibir una emoción nos bloquea la correcta gestión de la misma y de la situación que la ha generado
Por poner un ejemplo muy sencillo: siempre tengo que llamar a mi amigo porque si no soy yo quien toma la iniciativa, nunca nos vemos, y eso me provoca tristeza. Si no permito que la tristeza se manifieste y la bloqueo de alguna manera, no tendré la oportunidad de darme cuenta que es importante para mí que mi amigo me llame, y por lo tanto, nunca podré comunicárselo y actuar de forma diferente. Si no doy el espacio suficiente a mi tristeza, el mensaje que mi emoción tiene que darme, no me llegará nunca.
La evitación de una emoción se convierte en sufrimiento. Las estrategias que inventamos (conscientes o no) para inhibirlas nos alejan de nuestro equilibrio, de nuestra parte sana, y nos empujan a engaños y manipulaciones con nosotros mismos y con los demás.
Es mayor el sufrimiento que conllevan todos los atajos e intentos por no sentir las emociones temidas que el malestar de sentirlas en sí.
Como cada emoción nace de un estímulo, es positivo ver las emociones como mensajeras que nos traen información muy valiosa sobre nosotros/as mismos/as. Cuando nos damos permiso para sentir, nos ponemos en contacto con una fuente importantísima de autoconocimiento: qué necesito, cuándo lo necesito, cómo puedo conseguirlo, cómo es esa emoción en mí, qué decido hacer, qué me provoca una determinada situación, persona, etc… todo este contenido me ayuda a profundizar en mi interior, a crecer como persona y a vivir de manera más consciente y real.
Reconocerla y darme cuenta de qué siento es el primer paso, tan obvio que la mayoría de veces pasa desapercibido! Sin él, la reacción que tenga ante lo que me provoca la emoción será automática, tal y como hago siempre, sin ser consciente, sin decidir realmente. Cuando me doy cuenta, me ofrezco la posibilidad de observar qué necesito, y con ello, la posibilidad de cubrir mi necesidad de una manera más consciente y sana.
Acoger el sentimiento y sentirlo, sea cual sea. Cuando no acepto lo que siento, estoy dándole más fuerza a lo evitado, lo estoy aumentando sin querer, por lo que la lucha por eliminarlo se vuelve en mi contra. Prestándole atención a cómo es, sin pretender modificar ni cambiar nada, acepto lo que siento sin quitarle importancia. Con la aceptación de mi emoción se enriquece mi sentir, la percepción de mí mismo/a, me familiarizo con ella para que cada vez me produzca menos rechazo y miedo.
En esta aceptación tampoco me juzgo a mí mismo/a por sentir lo que siento: no soy un cobarde por sentir miedo, ni un agresivo/a por sentir rabia, ni voy a caer en una depresión por sentir tristeza, simplemente, siento. En este momento de aceptación, se produce un acto de validación, de cuidado y de reconocimiento hacia mí mismo, ampliando mi registro emocional y haciéndome responsable de aquello que siento.
Una vez aceptada la emoción, me doy permiso para sentirla, y ver cómo se manifiesta en mi cuerpo: ¿qué zonas noto que se activan? ¿dónde la siento? ¿qué sensaciones me provoca?. No es suficiente saber a nivel racional qué estoy sintiendo, sino que es necesario dejar que la emoción se exprese, permitirme sentirla. La acompaño, sin actuar a favor ni en contra y le doy el espacio y el tiempo necesarios.
Llegado a este punto, soy capaz de ver qué necesito hacer con ella, cómo puedo expresarla y gestionarla. Por ejemplo, si lo que siento es tristeza, me puedo permitir llorar. Si es rabia y necesito descargarla, puedo hacer, por ejemplo, alguna actividad física que me ayude a liberarla, si la emoción implica a otra persona, puedo decidir comunicárselo…
La gestión de la emoción cerrará el asunto para que no quede pendiente y se vaya al cajón de sentimientos no gestionados. También me permitirá tomar parte activa, tener la opción de transformar algo que siempre hago de manera automática, poniendo conciencia y propiciando el cambio en la gestión de mis emociones.
¿Cuáles son las emociones que evitas habitualmente? La próxima vez que sientas una de ellas, recuerda los cuatro puntos. Permítete vivenciarla y hacer algo distinto y más sano para tí.
Si crees que necesitas mejorar la gestión de tus emociones, lo mejor es realizar un trabajo personal que te ayude a restablecer tu equilibrio y mejorar las relaciones con los demás. Pídenos una cita gratuita y sin compromiso en este enlace y te explicaremos cómo podemos ayudarte.